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Encuentro en la noche 1952
Director: Fritz Lang
Guión: Alfred Hayes / Clifford Odets (relato)
Música: Roy Webb
Fotografía: Nicholas Musuraca
Montaje:
George Amy
Producción:
L.Harriet Parsons- RKO
Barbara
Stanwick ha comprendido esta necesaria representación de la duda entre el
“bien” y el “mal” que habita en Fritz Lang desde M (1931). Retoma por su
cuenta el suspense psicológico que sitúa esta mujer entre dos hombres. La
actriz tiende la mano a la joven Marilyn
Monroe. Las escenas entre ellas sitúan la fuerza realista que se opone a la
simbología y el orden social que les rodea. Peggy es el puente entre las dos
hojas del díptico: la ilusión de la libertad, la rebeldía de la juventud contra
la dominación, aunque sea la de la persona que quieres, la confusión de los
sentimientos y la predominio de los
deseos.
Robert
Ryan encarna su equivalente masculino en cuanto a la prioridad de los
deseos, pero sus ilusiones han dejado el sitio al cinismo: mira esta sociedad
de pescadores desde su cabina de proyección en un cine de barrio. Paul Douglas está sumergido en los
patrones impuestos por la familia (su
tío y su padre a su cargo) y la comunidad de pescadores italianos de Monterey.
Los dos hombres ponen en marcha, cada uno por su
cuenta, un reto con ellos mismos: enamorarse de Mae. “Los hombres no esperan que los
quieran: pretenden que se les prefiera” dice André Gide. Jerry o Earl
necesitan un trofeo, pero Mae no es de las que se doman. Al casarse con Mae, Jerry ira perdiendo lo poco
de virilidad que tenía. Ira a husmear la cajonera de ropa interior de su mujer,
“languiano” en la revelación de su
traición cuando derrama un perfume.
Aparece
claramente que no consigue satisfacer a Mae para quien el aburrimiento del
cotidiano genera un sentimiento de asco hacia Jerry. Earl ha entrado en su vida
y no sirven de nada sus intentos para frenar el deseo –desde el mismo día de su
boda con Jerry –y acomodarse a la vida
familiar. Con Earl, Mae va a conocer el goce del deseo satisfecho: un mar de fondo borra los
prejuicios pequeños burgueses, el amor está por encima de las leyes y la moral,
la pareja adúltera tiene todos los derechos, todos los poderes.
Cierto, detrás de la pasión de Earl aparece su cinismo, su estado depresivo, su identificación con los actores de Hollywood que proyecta todos los días en el pequeño cine del barrio. Y, en lo más profundo de este hombre débil, su miedo a la soledad, su deseo de familia, el sentimiento de que Mae es la mujer tan esperada. Más fuerte que su deseo sexual, la madre habla dentro de Mae. Superando sus celos y su deseo de venganza para salvar su honor –fomentado por su tío Vince y la comunidad del puerto –, Jerry aprende a perdonar. El problema tendrá su resolución en una relación justa entre Mae y Jerry, cuando Jerry comprende que se trata del respeto hacia él mismo y hacia ella. Lejos del dictado de las instituciones y de la moral, tendrá que expresar su confianza para que Mae se libere del miedo a su propio deseo y definir entre ellos las reglas de la responsabilidad. Cuando caen los símbolos y los patrones sociales para darse cuenta de que no hay otra elección que confiar en el otro, dejar fluir al otro en sus deseos y sus acciones, entonces caerá la imagen que cada uno tiene de si mismo: para Jerry la del engañado, para Mae la de la eterna perdedora, para Earl la del cínico y para Peggy la de la ilusión de juventud. Solo Joe puede mantenerse firme en su ciega verdad de pequeño macho dominador ignorante de una posible construcción ética de la vida con los demás.
Sin embargo,
nos dice Fritz Lang, no se trata de un melodrama romántico con tintes
psicológicos. El enfrentamiento en la noche, este “Clash” entre los
protagonistas revela las intenciones de Fritz Lang. Más allá del díptico
pasión, naturalismo / orden simbólico social, potenciado por la representación
del mar, esta secuencia de una fuerza increíble, cuestiona el acto de matar al
otro distanciado de su representación por la imagen de ficción. Para Jerry, la
relación entre su mujer y su amigo hace de ellos unos “Animales”. Es su grito cuando huye de ellos, de este olor a sudor y
a semen que ha invadido su propia casa. Lang no se contenta con un “Tranvía llamado deseo”. La secuencia que
marca el clímax de la película se sitúa en la sala de proyección donde Earl
trabaja cuando Jerry irrumpe para matarlo. Mae intenta separarlos. En el fondo,
contra la pared que les separa de la sala del cine, una pequeña pantalla
proyecta la película que los espectadores están viendo en la sala. Actores de
celuloide en la profundidad de campo, tres actores de cine en el primer plano a
los que nos hemos identificado durante más de una hora: la puesta en abismo del
propio cine potencia la distancia entre
la ficción y la realidad. Esa es la violencia, eso es el último paso hacia el
crimen, matar al otro, nos dice Lang. Os enseño la imagen de la verdad y la del
engaño artificioso, no hay que dudar: Jerry empuja violentamente a Mae que se golpea con el
proyector. Barbara Stanwick con una expresión de dolor apoyada en este enorme
proyector de cine que puede hacer daño.
El “clash”, este choque entre lo simbólico y lo real se manifiesta y se cierra
el bucle con la primera secuencia que revela el choque entre la naturaleza sin
domar del mar, las nubes, el viento y las gaviotas con el mar de la realidad
económica, mar como materia prima para la producción y el consumo de una
sociedad humana organizada.
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