18.2.15

"Strangers on a train"-Alfred Hitchcock



Extraños en un tren 1951

Director: Alfred  Hitchcock   
Guión: Whitfield Cook-Raymond Chandler / Patricia Highsmith  
 Música: Dimitri Tiomkin   
Fotografía:  Robert Burks  
 Montaje:  William H,Zeigler  
 Productor: Alfred Hitchcock
(Ver Filmografías)
 Farley Granger es Guy Haines
Ruth Roman es Anne Morton
Robert Walker es Bruno Anthony
Leo G. Carroll es Senator Morton
Patricia Hitchcock es Barbara Morton
Laura Elliott es Miriam Joyce HainesKasey Rogers (Miriam, credited as Laura Elliott)



Una convergencia


Raymond Chandler no se había enterado, eso era patente. Hitch-cock no podía aceptar un guión en el que el protagonista no sea un “inocente en un mundo culpable”. Se trate de robar o, como aquí, matar, el espectador tenía que identificarse con alguien que sea inocente como él, un hombre de la calle, un “hombre medio” como él le llamaba. Vale por el Intercambio de asesinatos, pero hasta cierto punto. En este tipo de intercambio, el problema es saber hasta dónde el protagonista puede llegar. El director de Young and inocent sabía lo que pasa cuando el asesino Da su crimen al  joven inocente. Se acordaba de su película anterior,  Under Capricorn, que, después de rodar The rope, su primera película en color, hundió su proyecto de una sociedad de producción, Enterprise, con su amigo Sidney Bernstein. Se trataba también de Dar su crimen: es lo que hacía Ingrid Bergman con su amante, Joseph Cotten, el inocente que se sacrifica por amor.  Años antes, con este temible cuchillo de cocina con el que acababa de cortar el pollo, Sylvia Sidney devolvía a su marido, responsable de una organización terrorista, su horrible crimen (la explosión de un autobús en el centro de Londres). En todas estas obras, se trataba para el cineasta de separar claramente el bien del mal. Ahora no: la total realización del  intercambio de crímenes le dejaría sin héroe, sin inocente en un mundo culpable. Hitch-cock quería volver a este tema del inocente acusado porque, decía, le permitía resolver una parte importante de su trabajo artístico y técnico. Y, en esta novela, lo que le interesaba no eran por supuesto todos estos diálogos y estas reflexiones sobre los estados de ánimo de los personajes: se le había despertado una visualización coherente, impactante, de la relación entre estos dos hombres con este proyecto de intercambio de asesinatos y buscaba a un guionista que comparta su visión. ¿Qué hacer ahora con Raymond Chandler?

Esta primera novela de esta joven – ¿Highsmith? – llamó su atención desde la lectura de su sinopsis en la contraportada del libro que acababa de salir a la venta:
 Samuel Bruno –Bruno decía raramente “mi padre” –es el mejor ejemplo de lo peor que ha podido producir América… Samuel Bruno intenta, ahora que es viejo, pasar por un santo hombre, antes de que sea demasiado tarde, pero ya  es demasiado tarde. Siento mucho no poder matarle yo mismo…”
Más lejos, se podía leer:
 La carta, el plano, el revólver… Eran como los accesorios de una obra de teatro, unos objetos preparados para dar veracidad a una historia a la que faltaba realidad, que nunca la tendría… Guy quemó la carta, quemó todas las que tenía; después se apresuró en hacer sus preparativos para ir a Long Island ”.
Primero Bruno, y ahora un otro personaje, Guy, que parece atormentado por la historia de la relación entre Bruno y su padre –el “capitán”, como le llama a veces. ¿No sería todo eso un cuento de Bruno? ¿Y todas estas cartas? ¿Qué relación tienen Guy y Bruno? Matar al Capitán, a Samuel Bruno: ¿Quién sino Guy?

Hitch-cock nos confía, con respecto a esta sinopsis de la novela de Patricia Highsmith:  “nos permitirá comprender por qué razón Strangers on a train me ha atraído”. Podemos compartir sin ninguna duda su entusiasmo. Dice Gilles Deleuze en Imagen-movimiento”: En el cine de Hitchcock,… la relación (intercambio, dono, devolución…) no se limita a envolver la acción;  la penetra por todas partes  con antelación…”. Sí, por supuesto: este encuentro en un tren entre Bruno y Guy, esta extraña relación que empieza con un roce de zapatos,  penetra una acción cada vez más tensa, unos eventos intempestivos o provocados, ¡faltaría más! Pero las relaciones y las acciones consecuentes de la novela y las que aparecen en la visualización de la obra que proyecta la mente del maestro forman dos series divergentes.
El desarrollo de las relaciones entre Bruno y Guy, descrito por la novelista,  empieza con esta pregunta de Bruno a Guy en el tren, dirección a Texas:
— ¿Quiere que le prepare un asesinato perfecto para su esposa? Tal vez algún día le sea de utilidad.
La escritora no tiene reparo en describir los detalles de un Intercambio de crímenes: nace la idea, germina; el germen encuentra resistencias, las fuerza, corrompe mientras florece, acaba dando sus frutos.
 Bruno se retorcía, consciente de sí mismo, bajo la mirada escrutadora de Guy. Guy se puso en pie.        —Tengo ganas de pasear. Bruno juntó las manos dando una palmada.
—¡Oiga! ¡Menuda idea se me ha ocurrido! Un asesinato por delegación, ¿comprende? ¡Yo mato a su esposa y usted se encarga de mi padre! Nos encontramos en el tren, ¿comprende?, y nadie sabe que nos conocemos. ¡Nadie! ¡Una coartada perfecta! ¿Qué le parece? La pared latía rítmicamente delante de sus ojos, como a punto de saltar en pedazos.
«Asesinato.» La palabra le ponía enfermo, le daba miedo. Quería alejarse de Bruno, salir del compartimiento, pero se lo impedía una angustiosa sensación de pesadez, como en un mal sueño. Trató de sobreponerse, de afianzarse, enderezando antes la pared, comprendiendo lo que Bruno estaba diciendo, porque presentía que había algo lógico en ello, como en un problema o en un acertijo que tuviera que resolver. Las manos de Bruno, manchadas de nicotina, daban palmadas y se agitaban sobre las rodillas.

Una vez realizado el intercambio en su totalidad, el fruto se pudre, la putrefacción infecta el ambiente, las metástasis se extienden, el cuerpo no aguanta más tanto dolor… Guy y Bruno, Bruno y Guy, y Miriam, la mujer de Guy, ahora Anne con quien quiere casarse,  y las madres que dudan, tiemblan, protegen… Los caminos convergen, se separan, se cruzan, se funden,… se pierden en el océano, vuelven a resurgir en las mentes atormentadas. ¿Cómo seguir sin Bruno? ¿Qué puede Anne? ¿Qué pueden las intuiciones sin pruebas de Gerard, el detective del padre de Bruno?

¡Olvidar a Raymond Chandler!



¡Qué prometedoras son estas primeras imágenes con la que responde la película! Dos vías de ferrocarriles paralelas, se cruzan una y otra vez, se confunden…
Pero, en la sinopsis de la novelista,  esta frase de Bruno hablando de su padre es inadmisible: A lo mejor le interesa saber que su personal esta de huelga. ¡Mira en  el “New York Times”  del jueves pasado, página 31!  ¡Mira, abajo a la izquierda! Están de huelga para conseguir un sueldo que le permita vivir. Samuel Bruno no tiene reparo en robar a su propio hijo…”.

–  ¡Un anarco-comunista nietzscheano! No vamos a entrar en estas insinuaciones políticas.
Los elogios incesantes de la fuerza, este deseo de una vida anticonformista, su transgresión de los valores morales no son compatibles con el trasfondo que quiere dar el cineasta: unas localizaciones en Washington, un senador como futuro suegro de Guy, una novia-futura-ama-de-casa que nada tiene que ver con la liberal Anne que trabaja en Méjico en la novela de esta joven Highsmith. Lo que hay que hacer es resaltar más bien el papel del padre de Bruno, empresario “self-made man”. Por eso, nada mejor que un Bruno psicópata, un malo de verdad con un buen complejo de Edipo y una madre fuera de la realidad. Para el cineasta, conviene acentuar esta tara congénita del humano, este culpable deseo de la madre que empuja al hijo a echar al padre fuera del territorio.
– Hacer de Bruno la prueba que esta pulsión primitiva de la infancia puede prolongarse hasta la edad adulta. ¡Vale, no es la primera vez que trato el tema! ¿Os acordáis del caso de Alexander Sebastian, la resistencia al tiempo de esta patología que conducía a este hombre mayor responder a los deseos de su vieja madre nazi y envenenar a su joven y querida mujer –¡no consigo separarme de la imagen de Bergman! –?
Así,  las cosas son claras para Bruno: Hitch-cock lo resuelve con sus dos taras predilectas: Edipo y Nietzsche. Lo que parecía más delicado era la representación del asesinato de Miriam. ¿Cómo caracterizar al personaje para que su desaparición no se traduzca en un gran vacío para Guy sino todo lo contrario: la liberación para él y también para Anne y el senador? Por supuesto, Miriam debe representar todo lo que puede obstaculizar a Guy en sus proyectos y ambiciones. ¿Está embarazada de otro hombre? No hablaremos del aborto, anunciado a Guy por su madre en la novela, ni del novio de Miriam. Convenía ante todo borrar el personaje de la madre de Guy que vivía en el mismo pueblo que Miriam, borrar los orígenes de Guy. El asesinato de Miriam, embarazada, aumenta el peso del pecado si, además, la mujer amenaza a Guy y se va a la feria con dos hombres, intentando ligar a un tercero, el mismísimo Bruno, mientras se desvela su arte para lamer y chupar un ice-cream.

Esta primera divergencia fundamental entre la obra literaria y la cinematográfica define la línea elegida por el cineasta para la representación del territorio del Bien: la alta burguesía de Washington en la defensa de sus valores morales religiosos. La caracterización de la familia de Anne, con un padre senador hace resaltar esta actitud conformista. En esta época,  la histeria recorre los Estados Unidos con l a guerra fría como tela de fondo; comunistas y homosexuales son considerados enemigos del Estado;  el Senado está  llevando a cabo unas investigaciones que apuntan a la “perversidad moral” en el seno mismo del gobierno federal, lo que compromete la seguridad nacional… La representación del personaje de Guy tiene que responder al espíritu del tiempo: deportista, modesto a pesar de su fama, con actitudes conservadoras, con ambiciones políticas, encontrándose en una situación que mete a prueba su sensibilidad y sus valores morales, frente a un anticonformista ambiguo capaz de matar. Guy sabrá defenderse de los tejemanejes de Bruno, conformarse así  a la tendencia homófoba ambiental  y, sobre todo, afirmar su determinación en imponer el orden sobre el caos, el bien sobre el mal.

No hay lugar para las dudas, los compromisos, el comportamiento amoral o las costumbres ligeras de una juventud romántica como la que describe Highsmith:
[Guy] se sentía impulsado a contárselo todo a Bruno, el extraño del tren que le escucharía comprensivamente para olvidarlo luego. La idea de contárselo a Bruno empezaba a confortarle. Bruno no tenía nada del extraño que es normal encontrarse en el tren. Bruno era lo bastante cruel, lo bastante corrompido, como para saber apreciar una historia semejante; la historia de su primer amor… Esperaba demasiado de ella —dijo Guy, sin darle importancia—, sin tener derecho a ello. Dio la casualidad de que a ella le gustaba que la gente estuviese pendiente de ella. Probablemente flirteará toda su vida, no importa con quién vaya. —Lo sé. Es el eterno arquetipo de universitaria.

–  Para el papel de Guy, la elección de Farley Granger, “prestado” por Samuel Goldwyn a Jack Warner,  no parece ser la mejor. Después de The Rope, su emparejamiento con John Dall, no vamos a entrar de nuevo en las insinuaciones sobre las ambigüedades de las relaciones sexuales, exclama Hitch-cock.  Desde el momento que Warner impone también Ruth Roman, propongo a William Holden en el papel de Guy. Ese me cae bien: sensible pero ¡que fuerza en esta película de Maté The dark past en 1948!; y este año van a repetir juntos con Union Station donde tendrá el papel de policía. Es la imagen que hace falta para acabar con un psicópata que te persigue en un parque de atracción. La secuencia del tío vivo debe ser la más violenta posible y espectacular: lo ve muy claro en la lucha final entre Holden y Robert Walker, entre el bien y el mal. ¿Farley Granger resistiendo todo este tiempo? Va ser difícil conseguir que este  joven protegido de Nicholas Ray, niño perdido de They live by night – que intenté, el año pasado, transformar en un fogoso adepto de Nietzsche asesino – saque la virilidad necesaria para este final. No convendrá tampoco  juntar frecuentemente Granger y Roman en el encuadre: una pareja improbable… Habrá que utilizar el viejo método: envolver la pareja con el cilindro virtual que guíe  el  movimiento helicoidal de la cámara. Estos dos estarán así casi siempre de espaldas en las escenas más sentimentales.  
¡Si por lo menos Warner pudiese aceptar borrar el nombre de Raymond Chandler! ¿No? Bueno, al final todo eso dará más beneficios ya que la compra de los derechos a la joven escritora fue un buen negocio.¡Qué no se queje! Mi película le abrirá las puertas de las editoriales…

Chandler había hecho un último esfuerzo después de The Big Sleep. Nos lo cuenta Enrique Vila-Matas:
Al final del año en que se estreno The Big sleep, empezó a preparar su equipaje. Estaba harto, no sólo de Hollywood, sino también de Los Ángeles… Lo peor para él era este sentimiento de aislamiento: en la posdata en una carta a un amigo, había añadido, con una cierta histeria: “¡Por favor, escríbeme! ¡Hace un mes que no hablo con un homgre cultivado!”.
Él y Cissy dejaron por fin Los Ángeles y, con el dinero ganado en Hollywood, compraron una casa tranquila y espaciosa en el borde del mar, muy lejos de este cementerio  dorado donde querían enterrarlo…”

–  Hitch-cock había tenido muchas dificultades para encontrar a un guionista que se comprometiese con su trabajo en colaboración con Whitfield Cook a partir de su visualización de la sinopsis de la escritora. “Me acuerdo de mi trabajo sobre Strangers on a train. No encontraba a nadie que quisiera colaborar conmigo. Todos pensaban que mi primero boceto era tan soso y pegado a los hechos que no le encontraban la más minima calidad. En realidad, visualmente, contenía toda la película”. Después de un acercamiento con Dashiell Hammett sin resultado, Warner le sugiere que contacte a Chandler.
Sigue contando Vila-Matas : “Chandler aceptó, en contra de lo esperado. ¿Por qué? La pregunta era pura retórica: “Porque uno se harta de decir NO y, un día, podría tener gana de decir SÍ, aunque nadie me proponga lo que sea”… “Acabaron odiándose…  mientras esperaba delante de la puerta de su casa que Hitchcock bajase de su limusina, Chandler lanzó en voz muy alta, a su secretaria: “¡Mire a este barrigón bastardo que intenta bajar de su coche!”. Por cierto, la forma más segura de acabar con Hollywood y todas sus secretarias”.

¡Olvidar a Patricia Highsmith!



Hitch-cock tira el guión de Raymond Chandler en la papelera, tapándose la nariz. Confía su boceto a su asistente Czenzi Ormonde, pidiéndole olvidarse del libro y de Highsmith. Se pondrá su nombre al lado de Chandler y Whitfield Cook tomará la responsabilidad de la adaptación en los títulos de crédito. Se juntan a Ormonde la productora asociada,  Bárbara Keon, y Alma, mujer de Htichcock. El boceto “visual” del cineasta se ve así pulido por esta triple sensibilidad femenina. Complementa el dispositivo familiar la hija Patricia Hitchcock que llevará unas gafas con cristales gruesos de miopía y Miriam tendrá los mismos (así se parecerán todavía más). Eso permitirá enlazar la escena del asesinato de Miriam, vista en los reflejos de sus gafas caídas en la hierba, con la secuencia en la recepción en la casa del senador, en la que Bruno repite su gesto de estrangulación, practicando con el cuello de una vieja señora invitada, mientras mira a Babs, hermana de Anne e hija de Hitch, sus gafas, su expresión aterrada, hipnotizada… La música de Dimitri Tiomkin, con poco relieve en esta obra, añade similitud entre las dos escenas, esta música de feria con su atmosfera de vieja película poética francesa o del expresionismo alemán que tanto admira el cineasta. Su director de fotografía, Robert Burks,  hará un magnifico trabajo en las tomas del reflejo en las gafas y la secuencia del tío vivo enloquecido será apoteósica.
Hitch-cock se apodera del texto para recrear su propia visión plasmada desde su primer boceto, inspirado por el genio del arte cinematográfico. Pero también  sabe guiar el imaginario de las masas con un divertimiento comercial destinado al “hombre medio”.

 ¡Olvidar el libro de Highsmith!, había ordenado el director a su guionista, Czenzi Ormonde. La interrupción por parte de Guy del esperado intercambio de los crímenes, su rechazo del cumplimiento de su parte del contrato, transforma el Intercambiar en un simple  Dar ya visto tantas veces en sus obras: Bruno da el asesinato de Miriam a Guy que se vuelve el principal sospechoso. El inocente se vuelve falso culpable, lo que constituye la necesaria metamorfosis de Guy en inocente frente al psicópata Bruno.

 Tenemos aquí  la segunda divergencia fundamental entre las dos obras:  la segunda parte del intercambio que Guy no va a respetar, el asesinato del “capitán”. Guy se prepara para ir a Long Island; llevará su propia pistola como lo cuenta Patricia Highsmith:
 Debajo del arma había uno solo de los planes de Bruno y lo abrió, pero al instante cada una de las palabras le pareció tan conocida que lo echó a la papelera. La prisa hizo que sus movimientos se agilizasen otra vez… Miraba fijamente la negra Luger que ahora le parecía atrozmente voluminosa.«¡Qué imbecilidad fabricar una pistola tan enorme!»Sacó su propio revólver del cajón de arriba. La culata de nácar resplandecía con su discreta belleza. El cañón, corto y esbelto, parecía impaciente por ver qué había delante de él. Era un arma sólida y a la vez elegante. «De todos modos, tengo que dejar la Luger en la alcoba, porque es la pistola de Bruno.» Pero le parecía tonto llevarse la Luger solamente para eso. En realidad, había dejado de sentir hostilidad hacia Bruno, y precisamente eso era lo extraño.

¿Qué queda de tantos conflictos, tantas dudas, de este caos de los impulsos de una juventud que el conformismo asfixia, que el dinero fácil corrompe?
¿Qué queda de esta reflexión de Bruno sobre la felicidad de Guy al lado de Anne?: Guy no decía nada, y Bruno se sintió desairado, sintió que un nudo le subía desde el pecho hasta la garganta, ahogándole.¿Qué habría dicho para ofender a Guy?, se preguntó Tenía unas ganas terribles de colocar la mano sobre el puño de Guy, apoyado suavemente en el borde de la mesa, sólo un momento, como hubiera hecho un hermano, pero se contuvo… Bruno sabía que él nunca tendría las cosas que tenía Guy, por mucho dinero que llegase a tener y a gastar para conseguirlas. Ya se había dado cuenta de que el hecho de tener a su madre para él solo,  no era garantía de felicidad.

¿Qué queda de esta reflexión de Guy, mirando a Bruno?: Miró el alargado rostro de Bruno, ahora más lleno que antes, el mechón que daba a su frente una expresión indecisa, y observó que en los ojos de Bruno se reflejaba una seguridad inmensamente mayor que la primera vez que los había visto, así como menos sensibilidad. «Es porque ahora tiene dinero», pensó Guy. —Sí. Ya sé a qué te refieres. Pero Bruno no lo sabía, no del todo. Guy era feliz con Anne aunque el crimen siguiera atormentándole. Guy sería feliz con ella aunque estuviera arruinado.

Una tensión bipolar



El director tiene ahora los elementos que le permite realizar su visión inicial: el inocente Guy frente al malvado Bruno. El cineasta  apuesta por una tensión bipolar que plantea desde la presentación de los personajes (los zapatos). Pone su arte al servicio de esta bipolaridad que no podemos asimilar a la simple representación de dobles.

Entonces, una mecánica compleja y eficaz se pone en marcha. Desde esta introducción (los zapatos), los planos se encadenan con un ritmo que ira acelerando hasta el clímax del tiovivo con un dominio del tiempo justo que agarra al espectador. ¡Admirable!  La subida de la escalera hasta la habitación del padre de Bruno, un suspense gótico con este encuentro con el perro de guardia pone en marcha una serie de eventos sucesivos que aumentan progresivamente la tensión bipolar.
Esta tensión bipolar – Guy-Bruno – va crear una relación de vaivén, el vector de una corriente,  un movimiento lineal que hace pasar su energía impulsiva del uno al otro. La fuerza visionaria de Hitch-cock se plasma en este movimiento. En particular, la elección juiciosa de la profesión de Guy (tenista en vez del arquitecto en busca de dinero fresco en la novela) permite al director utilizar magistralmente tanto al movimiento lineal como a la bipolaridad. Los movimientos de las caras del público, de izquierda a derecha,  de un jugador a otro, mientras Bruno se queda impasible, traducen el humor del director. En cuanto al suspense, ¡nada mejor que la Copa Davis en Forest Hill! 
Es el momento de jugar la prórroga. Ir en contra del deseo del “inocente” Guy que esperaba ganar pronto e impedir así a Bruno volver al lugar del crimen para dejar el mechero de Guy, el indicio que dará la prueba definitiva de la culpabilidad del tenista. Hith-cock “prolonga” todo lo que puede, hasta los dedos de Bruno, que ha dejado caer el mechero en la alcantarilla. ¿No había prolongado anteriormente la visión de Anne, transformando su sistema ocular en un objetivo con zoom incorporado para deletrear el nombre de Bruno escrito en su corbata (aquí también se intenta exagerar el gusto del “psicópata”, idea de Hitch: en la novela, se podía leer las iniciales CAB en la elegante corbata del joven rubio, siempre ebrio Charles Anthony Bruno).

Al final, la línea que se tensa entre los dos hombres se transformará en un movimiento circular, la de un tío vivo acelerado hasta la destrucción. La muerte atroz del enfermo mental no deja ninguna mancha en esta sociedad asentada, la del mundillo político de Washington en la que el protagonista, molesto por el infame chantaje de este psicópata, tendrá su “lugar al sol”. Se casará con la hijita de un senador, liberado de su mujer, promiscua e infiel y, además embarazada de otro hombre. El péndulo de  Hitchcock se inclina más del  lado de la estética de la política que de la politización del arte.  Emplea, cierto, su indiscutible técnica del encuadre y del montaje al servicio de un estudio del tiempo justo para crear un inmenso abanico de variaciones emocionales. Pero exagera la representación de un psicópata de servicio (Bruno) para que  despeje el camino al estereotipo del héroe estadounidense, conservador por interés (Guy).
Así, las relaciones penetran la acción  por todas partes  con antelación como dice Deleuze cuando describe la imagen relacional del director, o, según Truffaut, “los pensamientos de los personajes se hacen perceptibles sin la intervención del diálogo”. Es todo  el arte cinematográfico de Hitch-cock: plasma su visión original de la obra literaria con la fuerza de la imagen relacional que pone aquí al servicio de una finalidad: distinguir claramente el Bien del Mal.

Dos cachorros fuera del campo



Sin embargo – y eso lo plantea el mismo Gilles Deleuze –, la imagen relacional sería una puesta en cuestión de la naturaleza y del estatuto de las demás imágenes (percepción, afecto, acción…). Ahí está la crisis de la imagen-movimiento. La imagen relacional que crea el cineasta en sus encuadres se abre sobre un juego de relaciones más amplias, con un todo que está “fuera de campo”. Pero cuando Hitchcock transforma el Intercambio en Dar que Guy sea el inocente en un mundo culpable, no toma en cuenta una naturaleza más profunda del humano. Cuando acaba la película, lo que destaca, no es necesariamente la finalidad buscada por Hitchcock. Además, la escena final es poco original: en un tren, la pareja Anne-Guy sale corriendo del compartimento cuando un representante de la iglesia les hace la misma pregunta que Bruno a Guy en la primera secuencia.
¿Quién, sino el “hombre medio” que el director quiere divertir, puede aceptar un guión en el que una burguesía incapaz de comprender el juego de las relaciones,  encerrada en sus conformismos y con un orden policial a su servicio, crea en la inocencia de Guy?
Después de que el director se  empeñe en llenar el lugar del crimen con gafas, turistas y mecheros, ¿cómo creer que este último  objeto, el mechero, que aparece en la mano de Bruno muerto, puede aportar la prueba de la inocencia de Guy?
¿Acaso, no habrá leído el director esta última frase de la novela?
[Guy] sabia, asimismo, que tenía que enfrentarse a Gerard. Eso formaba parte del juego, y siempre la había formado. Era algo inevitable, previsto, como el que la tierra girase, y ningún sofisma le libraría de ello.—¿Eh? —dijo Gerard. Guy intentó hablar, y lo que dijo fue completamente distinto de lo que quería decir: —Lléveme.
¿Cómo, después tanto entusiasmo manifestado con la lectura de la sinopsis de la escritora,  el cineasta no quiso dar más relieve a esta regla del juego, de ninguna manera incompatible con el rechazo por Guy de su parte del contrato? Hitchcock opta por la acción y demuestra su conocimiento de las reglas de la gramática de las multitudes, principalmente la primera de entre estas: el virtuosismo. La perfección del trabajo del artesano que organiza el montaje de los planos en función de una dilatación, de las prolongaciones, de los estiramientos de la duración demuestra su conocimiento de los diferentes tipos de elasticidad de la temporalidad al servicio de las emociones. El público aplaude. Pero el cineasta invierte aquí la teoría de Deleuze sobre su obra cinematográfica: la acción penetra las relaciones en este final apoteósico. Las relaciones se distorsionan: los inspectores de policía disparan en medio de los niños y las madres, las balas rompen el sistema de engranaje del tiovívo; el único héroe que queda, ya que Guy está descalificado a pesar de haber ganado la Copa, es el responsable de la maquinaria que se lanza en una nueva prolongación de la duración, una nueva compresión de la imagen para frenar el sistema enloquecido lo que lo destroza todo y mata probablemente a unos cuantos niños. Podía haber simplemente desenchufado la alimentación eléctrica, digo yo. A Hitchcock, el boomerang del conformismo al sueño americano, le vuelve en plena cara.

En cuanto a la tensión bipolar que el cineasta intenta crear en la pareja Bruno-Guy, esta no puede tener las cualidades propias de la naturaleza humana como pasa con la pareja masculina de A Pleno Sol de René Clément o El amigo americano de Wim Wenders, dos adaptaciones cinematográficas de obras de Highsmith. Hitch-cock, cegado por su propia visión de la sinopsis de la escritora, quiere dar una imagen relacional que no corresponde a un todo propio de la naturaleza humana en un  “fuera de campo” posible  y eso,  Raymond Chandler lo sabía.

Como lo señala Deleuze (Imagen-movimiento-p.28 Edción de Minuit): El “fuera de campo” corresponde a lo que no se entiende ni se ve,  aunque perfectamente presente… lo que crea una doble definición del  encuadre… El encuadre efectúa un “encerramiento” de todas las componentes… quita aparentemente  el “fuera de campo” y, de alguna manera, le da una importancia decisiva, más decisiva todavía.
Lo podemos comprobar desde de la segunda divergencia entre las series Highsmith/Hitchcock que corresponde al no-asesinato del padre por Guy que no cumple así con el contrato de intercambio en la película.   Bruno, “fuera de campo”,  transforma la naturaleza de la tensión bipolar. El germen que había sembrado en Guy va a dar su fruto muy pronto: Guy amenaza a Miriam con violencia; Guy está confuso; Guy lucha contra el poder de Bruno; Guy cuida de Bruno; Guy quiere afirmarse; Guy miente a Anne…. Como suele pasar en las relaciones, uno se desmarca a veces del ámbito común: Bruno se ha desmarcado del orden familiar y ahora arrastra a Guy, que se desmarca de la sociedad – donde esperaba tener un lugar al sol – con esta sospecha sobre el asesinato de su mujer. Guy sabe que nunca más será como antes: se ha hecho cómplice de Bruno. ¿Realmente, podía haber pensado que no quería todo eso, como lo dice a Anne?... pero  eso ya ha pasado. Puede realizar sus ambiciones  ahora que Miriam ha muerto. Pero esta complicidad es su rabia, su violencia: ¿en contra de Bruno?,  ¿en contra de él mismo?  

Bruno se ha apoderado de la película; Robert Walker, excelente, se ha vuelto el personaje carismático, frente al soso, débil y cobarde Farley Granger. La verdadera naturaleza de la tensión bipolar aparece claramente: es el juego, el verdadero juego de relaciones “fuera de campo”.  La pareja Guy-Bruno, menos  improbable que Anne -Guy, resolverá sus tensiones en un juego de cachorros, con los caballitos del tiovivo o sobándose en el suelo, bajo la amenaza de este movimiento ambiguo de ida y vuelta del pie de un caballito. Como todos los cachorros, no conocen los límites del juego. Pueden hasta tirar otro cachorro más pequeño, morder, pegar, matar… Y el mechero, objeto designado desde el encuentro en el tren como indicio fundamental, objeto del suspense organizado por el cineasta para llevar a Bruno al fracaso de su plan diabólico, se transforma en el huesecito con el que los cachorros están jugando.
El boomerang de las relaciones masculinas normalizadas que lanza el cineasta también se le vuelve en plena cara. La obra literaria que tiró por la ventana, Patricia Highsmith la vuelve a entrar por la puerta grande.  A veces uno, aunque domina con toda su pasión el arte cinematográfico,  se olvida del juego, de los cuerpos, del poder de lo falso que los habita en un “fuera de campo” posible. No quiere mirar del lado de la voluntad de poder, del potencial de sus personajes,  ni ver más allá del Bien y del Mal. Mientras Truffaut, Godard… e Wikipedia alaban al maestro, en el fondo de la sala oímos la carcajada de Nietzsche.


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