Comento aquí un artículo publicado en la Revista Pouvoir y traducido libremente en el
enlace siguiente
“Moral,
Ética, Política” de Paul Ricoeur
Me parece necesario reflexionar sobre esta constitución de un nuevo lazo político propuesto con la
trayectoria definida por Paul Ricoeur (PR).
¿Qué
podemos esperar de una dimensión ética de la acción política? Pregunta Paul Ricoeur.
El
“deseo
de la vida buena”: así designa Paul Ricoeur (PR) este nivel profundo de la vida moral que es
la ética. Tratándose de un deseo, lo
que se pone en escena es algo optativo, no todavía un imperativo… Sin embargo,
si el deseo de la vida buena está más radicalmente inscrito en nosotros que,
por ejemplo, la prohibición de matar o mentir, una ética no puede pasar de la
moral, el optativo no puede dispensar del imperativo. Esta opción del vivir bien no libera de la
necesidad de tomar en cuenta el perjuicio cometido por uno a costa de otro: es
eso que conduce al imperativo del
deber, bajo la forma negativa de la prohibición o positiva de la obligación. El autor precisa: Propongo así reservar el término de Ética al
orden del bien y el de Moral al orden de obligación…
Ahora bien, el humano se define fundamentalmente por unos poderes
cuyos plenos desarrollos se consiguen en el ámbito de la existencia política, o
sea en el marco de la ciudadanía. Es dentro de este marco que PR traza la
trayectoria del “sujeto capaz”. Plantea la constitución de su identidad
individual a partir de estas simples preguntas:
¿Quién está hablando?
¿Quién ha cumplido tal o cual acción?
¿Quién
es el responsable de tal delito o tal daño?
Este
relato, ¿de quién es la historia?
Las respuestas a estas preguntas ponen en evidencia la triple base lingüística-práctica-narrativa que
construye el sujeto ético, sujeto capaz que puede así estimarse a él mismo.
La trayectoria sigue
con la relación al otro. PR nos recuerda la reflexión de Aristóteles en Ética a Nicómaco: El lazo político es la forma por excelencia de realización de la
intención ética. En la reflexión sobre la constitución
del ser ético-jurídico, conviene introducir una diferencia entre el otro en su
relación interpersonal (amistad, etc.…)
y el otro, sin cara, el tercero como cada uno, constitutivo del lazo político. La relación yo-tú se vuelve relación ternaria: yo-tú-cada uno. La voluntad de vivir con los demás es la
fuerza común que confiere un poder que se estructura en la institución política. Este poder está
en la continuidad de los poderes del “sujeto capaz”. El
“deseo de vida buena” de los sujetos éticos forma un edificio, el poder
político, con la intención de una paz
pública.
¿Cuál es el valor ético
específico que constituye lo político como institución?, pregunta PR en este punto de la trayectoria:
“La justicia es la primera virtud de las instituciones sociales”. Añade: Sin
esta virtud, la noción del querer vivir con los demás cae en la relación
identitaria, nacionalismo y otras reducciones del lazo ético-político. La
igualdad con el otro y el tercero inscribe los problemas de la justicia dentro de la dimensión moral de la norma y
permite la transición del plano ético al plano moral.
Pero el espíritu normativo triunfalista de la moral pública y las limitaciones que conlleva deben conducir a
una reflexión sobre la comprensión de estos problemas, comprensión que se debe
hacer en común, en el marco del debate público, del respecto de las personas y, más allá de
este respecto todavía formal, en el marco de la estima de uno mismo y el
reconocimiento mutuo de las personas.
La trayectoria descrita –para la constitución
de la persona político-ética dentro del vivir con los demás –se apoya sobre el
hecho de que “el poder político nace de
la única voluntad de querer vivir juntos”. Esta condición necesaria no es
suficiente. Conviene reflexionar sobre el hecho que la relación política se
acompaña del desdoblamiento entre gobernantes y gobernados. El Estado presenta
unas paradojas: es un Estado de derecho pero tiene el monopolio de la
violencia; la dominación aparece frente al vivir con los demás; el Estado es el
arbitre, la instancia regulatoria de todos los bienes pero es también un bien
entre los demás. En contra de la tendencia del Estado a
constituirse en instancia transcendental, la tarea crítica consiste en recordar
las paradojas que afectan el ejercicio del poder político y lo someten a la
regla de la justicia. Concluye PR: “tomando en cuenta las paradojas que fragilizan el poder político sólo
le puede “salvar” la vigilancia de estos mismos ciudadanos que la ciudad ha
generado”.
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Observaciones
En la trayectoria definida por PR, convendría
tomar en cuenta las emociones y afectividades que brotan desde el deseo.
Porque, como lo dice Hannah Arendt y lo
recuerda Ricoeur, el poder del vivir con
los demás –el espacio público –se opone
a la fragilidad de la condición humana sometida a la desgracia de la muerte.
Por
otro lado, la ética que Ricoeur define como “deseo de vida buena” no es
universal aunque esté más
radicalmente inscrito en nosotros que, por ejemplo, la prohibición de matar o
mentir. Esta fragilidad de nuestra condición humana, el
desbordamiento de las emociones y la fuerza de las identidades hacen difícil el
acercamiento a este “deseo de vida buena”. Dificultad que se acentúa más
por la tendencia del Estado a
constituirse como instancia transcendental
arrastrando la herida del pasado provocada por la violencia de los
Imperios y de los Estados de Barbarie. Esta herida sigue abierta por algunos
comportamientos imperialistas presentes
en las democracias y por las
manifestaciones de barbarie entre grupos
humanos que exacerban sus identidades étnicas o religiosas. Tenemos actualmente
el ejemplo de Birmania, a pesar de su disfraz democrático reciente, y del Congo,
donde las secuelas de la guerra
entre Hutus y Tutsis y la lucha por la dominación de la materia prima, fuente de riqueza debida a la avidez de las democracias con sus
“revoluciones tecnológicas”. Ahí, más de
40 000 mujeres, niñas, bebés, han sido violadas. Los testimonios escalofriantes
no han sido suficientes como para parar el horror con una intervención adecuada
de las democracias que tienen su parte de responsabilidad. La constitución de un Estado de derecho que
acaba con las paradojas de la autoridad, el elitismo, el monopolio de la
violencia citadas por Paul Ricoeur en este texto, no puede acomodarse a la monstruosidad de
otros Estados sin volverse él mismo un monstruo.
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