2.8.13

Moral, Ética, Política-Paul Ricoeur



Comento aquí un artículo publicado en la Revista Pouvoir y traducido libremente en el enlace siguiente
Me parece necesario reflexionar sobre  esta constitución de  un nuevo lazo político propuesto con la trayectoria definida por Paul Ricoeur (PR).
¿Qué podemos esperar de una dimensión ética de la acción política? Pregunta Paul Ricoeur.
El “deseo de la vida buena”: así designa Paul Ricoeur (PR)  este nivel profundo de la vida moral que es la ética.  Tratándose de un deseo, lo que se pone en escena es algo optativo, no todavía un imperativo… Sin embargo, si el deseo de la vida buena está más radicalmente inscrito en nosotros que, por ejemplo, la prohibición de matar o mentir, una ética no puede pasar de la moral, el optativo no puede dispensar del imperativo.  Esta opción del vivir bien no libera de la necesidad de tomar en cuenta el perjuicio cometido por uno a costa de otro: es eso que conduce al imperativo del deber, bajo la forma negativa de la prohibición o positiva de la obligación. El autor precisa: Propongo así reservar el término de Ética al orden del bien y el de Moral al orden de obligación…
Ahora bien,  el humano se define fundamentalmente por unos poderes cuyos plenos desarrollos se consiguen en el ámbito de la existencia política, o sea en el marco de la ciudadanía. Es dentro de este marco que PR traza la trayectoria del “sujeto capaz”. Plantea la constitución de su identidad individual a partir de estas simples preguntas:
 ¿Quién está hablando?
 ¿Quién ha cumplido tal o cual acción?
¿Quién es el responsable de tal delito o tal daño?  
Este relato,  ¿de quién es la historia?
Las respuestas a estas preguntas ponen en evidencia la triple base lingüística-práctica-narrativa que construye el sujeto ético, sujeto capaz que puede así estimarse a él mismo.
La trayectoria sigue con la relación al otro. PR nos recuerda la reflexión de Aristóteles en Ética a Nicómaco: El lazo político es la forma por excelencia de realización de la intención ética. En la reflexión sobre la constitución del ser ético-jurídico, conviene introducir una diferencia entre el otro en su relación  interpersonal (amistad, etc.…) y el otro, sin cara, el tercero como cada uno,  constitutivo del lazo político. La relación yo-tú se vuelve relación ternaria: yo-tú-cada uno. La voluntad de vivir con los demás es la fuerza común que confiere un poder que se estructura en la institución política. Este poder está en la continuidad de los poderes del “sujeto capaz”. El “deseo de vida buena” de los sujetos éticos forma un edificio, el poder político, con la intención de una paz pública. 
 ¿Cuál es el valor ético específico que constituye lo político como institución?, pregunta PR en este punto de la trayectoria: “La justicia es la primera virtud de las instituciones sociales”. Añade: Sin esta virtud, la noción del querer vivir con los demás cae en la relación identitaria, nacionalismo y otras reducciones del lazo ético-político. La igualdad con el otro y el tercero inscribe los problemas de la justicia dentro de la dimensión moral de la norma y permite la transición del plano ético al plano moral.
Pero el espíritu normativo triunfalista de la moral pública y las  limitaciones que conlleva deben conducir a una reflexión sobre la comprensión de estos problemas, comprensión que se debe hacer en común, en el marco del debate público,  del respecto de las personas y, más allá de este respecto todavía formal, en el marco de la estima de uno mismo y el reconocimiento mutuo de las personas.
La trayectoria descrita –para la constitución de la persona político-ética dentro del vivir con los demás –se apoya sobre el hecho de que “el poder político nace de la única voluntad de querer vivir juntos”. Esta condición necesaria no es suficiente. Conviene reflexionar sobre el hecho que la relación política se acompaña del desdoblamiento entre gobernantes y gobernados. El Estado presenta unas paradojas: es un Estado de derecho pero tiene el monopolio de la violencia; la dominación aparece frente al vivir con los demás; el Estado es el arbitre, la instancia regulatoria de todos los bienes pero es también un bien entre los demás. En  contra de la tendencia del Estado a constituirse en instancia transcendental, la tarea crítica consiste en recordar las paradojas que afectan el ejercicio del poder político y lo someten a la regla de la justicia. Concluye PR: “tomando en cuenta las paradojas que fragilizan el poder político sólo le puede “salvar” la vigilancia de estos mismos ciudadanos que la ciudad ha generado”.
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Observaciones
En la trayectoria definida por PR, convendría tomar en cuenta las emociones y afectividades que brotan desde el deseo. Porque, como lo dice  Hannah Arendt y lo recuerda Ricoeur,  el poder del vivir con los demás –el espacio público –se  opone a la fragilidad de la condición humana sometida a la desgracia de la muerte.
 Por otro lado, la ética que Ricoeur define como “deseo de vida buena” no es universal aunque esté más radicalmente inscrito en nosotros que, por ejemplo, la prohibición de matar o mentir. Esta fragilidad de nuestra condición humana, el desbordamiento de las emociones y la fuerza de las identidades hacen difícil el acercamiento a este “deseo de vida buena”. Dificultad que se acentúa más por   la tendencia del Estado a constituirse como instancia transcendental  arrastrando la herida del pasado provocada por la violencia de los Imperios y de los Estados de Barbarie. Esta herida sigue abierta por algunos comportamientos imperialistas presentes  en las  democracias y por las manifestaciones de barbarie  entre grupos humanos que exacerban sus identidades étnicas o religiosas. Tenemos actualmente el ejemplo de Birmania, a pesar de su disfraz democrático reciente,  y del Congo,  donde  las secuelas de la guerra entre Hutus y Tutsis y la lucha por la dominación de la materia prima,  fuente de riqueza debida a  la avidez de las democracias con sus “revoluciones tecnológicas”. Ahí,  más de 40 000 mujeres, niñas, bebés, han sido violadas. Los testimonios escalofriantes no han sido suficientes como para parar el horror con una intervención adecuada de las democracias que tienen su parte de responsabilidad.  La constitución de un Estado de derecho que acaba con las paradojas de la autoridad, el elitismo, el monopolio de la violencia citadas por Paul Ricoeur en este texto,  no puede acomodarse a la monstruosidad de otros Estados sin volverse él mismo un monstruo. 


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