4.9.13

El individuo ético


ÉTICA INDIVIDUAL / SOCIEDAD / AUTORES / Michel Foucault


Michel Foucault, el individuo ético[1]

Nacido del desencanto de una generación –la del baby-boom y del Mayo de 68 este individualismo se manifiesta ante todo por una vuelta a la moral heredada del siglo de las Luces. La reivindicación del individuo no parece corresponder ni a un egoísmo cínico ni a un escepticismo desengañado. Más bien a un humanismo reactualizado que reclama, para cada uno de los miembros de la comunidad, -cada uno en particular más bien que a todos a la vez – el aire para sacudirse libremente y la condición de una vida digna –condición reputada universal más que especifica de un lugar, un momento o un grupo social. Dicho de otra manera, vuelta a los derechos del hombre. Tal movimiento aparece a la vez como una reacción, tanto contra los abusos cometidos en nombre del derecho de los pueblos como en contra de las omisiones voluntarias y las perversiones que han gravado el derecho a  la diferencia, salido también del Mayo del 68; y,  como una restauración del sujeto de derecho, o sea del individuo que se somete a un código moral porque reconoce ahí la definición universal de la Humanidad compartida por todos los hombres, es decir porque se reconoce ahí como sujeto libre, de manera que sometiéndose, está convencido de no obedecer más que a sí mismo.
Desearíamos confrontar este “nuevo individualismo moral” con la concepción de ética individual que se desprende de los últimos escritos de Michel Foucault. Son numerosos los contrasentidos cometidos en contra del pensamiento de Michel Foucault: en primer lugar, acusado de irracionalismo porque desarrolla una arqueología de los modos de racionalidad en lugar de marcar las etapas de un advenimiento de la Razón,  será sospechado de derrotismo porque rechaza identificar el poder a una forma sustantiva – el Estado, la ley, la ideología – y busca la relación de poder en el ejercicio de nuestras conductas más normales, las que nos someten, convirtiéndonos en individuos profundamente apegados a nuestra identidad. Un último contrasentido, pero no el menor, consistiría entonces asociar el recorrido de Michel Foucault a la eclosión de un nuevo individualismo moral bajo el pretexto que– entre el primer y el segundo volumen de la Historia de la Sexualidad – él habría pasado de una investigación del campo político a una reflexión sobre la moral. Según esta hipótesis, constatando que, sobre la escena política, el poder nos tiene y no nos suelta jamás, habría buscado la salvación en la (re)constitución de una moral individual. 
El problema, pensamos, se plantea de manera un poco diferente. En sus libros más particularmente consagrados a la cuestión del poder –Vigilar y castigar y La voluntad de saber –Foucault insiste ya sobre el hecho que una relación de poder no puede aplicarse sin encontrar resistencias. Más bien, la resistencia de los individuos es el objeto mismo de la relación de poder; objeto por doblegar,  pero que resurge perpetuamente y, no  solamente para evitar someterse, para decir no, sino sobre todo para inventar nuevas posturas irreductibles o una red de posiciones sociales sostenibles, para producir nuevos enunciados intraducibles para los discursos establecidos. También, resistir al ejercicio del poder no consiste únicamente en mantenerse firme, en protestar, o incluso en reivindicar. Se trata también,  y quizás sobre todo,  de ejercer la adquisición de un estilo: sea en la conquista,  en la relación a sí mismo,  de una singularidad que escapa a la regularidad de las normas, a la adopción de un aspecto que no corresponde ni a las buenas ni a las malas conductas.
Por tanto, Foucault  decide cambia de perspectiva para acotar esta estilística de más cerca: no para retratar un Resistente, sino para preguntarse como, en diferentes épocas, hemos constituido nuestra relación con nosotros mismos, y en que condición esta relación con uno mismo puede constituir un estilo autónomo. Hacer del interés por uno mismo y del trabajo sobre uno mismo la cara positiva indicada para la noción de resistencia en el estudio de las relaciones del poder, eh aquí lo que aparentemente crea un problema para nuestro nuevo individualismo moral. Esta estilización de la existencia que puede resistir eficazmente a las normas que registran nuestras vidas opera en los confines de la ética y la estética. Sin embargo, ahí está lo esencial, Foucault es profundamente niestzchiano y no confunde nunca actitud moral y actitud ética. La primera, se sabe, consiste en juzgar la vida desde un sistema de valores; la segunda, en cambio, juzga los sistemas de valores que utilizan  los individuos en función del modo de vida que implican. Foucault desarrolla esta distinción por su cuenta, separando los códigos de moralidad, es decir los sistemas de valores más o menos explícitos, que enuncian las prohibiciones y obligaciones que debe respetar el individuo moral, y las modalidades según las cuales estos mismos individuos se constituyen deliberadamente en sujetos éticos. Es más, el análisis histórico revela que ahí donde los códigos morales son precisos y apremiantes,  la autonomía de la relación consigo mismo es débil porque las obligaciones morales se imponen prácticamente como obligaciones jurídicas. Por el contrario, cuando la codificación es difusa, y poco apremiante, el trabajo de auto constitución puede tomar toda su amplitud y alcanzar a la estilística que corresponde al ideal ético: el ejercicio a veces ascético de la existencia pero libre de todo juicio de valor que pretendiese trascender la vida. Se mide la distancia que separa esta ética de la posición de los nuevos individualistas: mientras que estos buscan los fundamentos de una moral universal a la que el individuo acepta someterse porque se reconoce en ella, la ética tal como la consigue Foucault consiste en una ascesis singular y en cierto modo privada a la cual uno se entrega con el fin de transformarse. Su interés por la antigüedad grecolatina  se debe precisamente a la importancia que ha tenido –únicamente para la casta de los ciudadanos hombres –la preocupación para uno mismo en margen  de cualquier moral estricta.
Pero ¿cuál es el enfoque actual sobre la ética? No se trata, por supuesto, de volver a este estilo de vida antiguo. Una manera de producir nuestra singularidad, sería probablemente a partir de la renovación de las respuestas a las cuatro preguntas que balizan el campo de la ética y a las que la obra de Foucault puede dar unos elementos de respuesta:
1-¿Cuáles son las zonas de mi existencia que debo elaborar?
Probablemente las zonas que tienden más hacia la normalización, a los juicios morales;  las que me conducen a no parara de juzgarme, de justificarme, de afirmar mi identidad
2-¿Qué me conduce a sentirme obligado por esta elaboración?
En el nombre de un devenir-otro que me presiona para inventarme, producirme  sin cesar en vez de buscar la verdad de mi ser
3-¿Qué tipo de trabajo tengo que efectuar sobre mí y que forma toma esta elaboración?
Se trata de una mezcla de paciente búsqueda y de bruscos cambios de perspectivas
4-¿Con qué finalidad me propongo doblegarme a una ascesis? 
La única finalidad que merece esta elaboración es: desprenderse de uno mismo. Porque, escribe Foucault[2]: “¿Para qué sirve el empeño por el saber si se limitaba en adquirir los conocimientos y no… el extravío de él que sabe? Reflexión que podemos acercar a la de Godard[3]: ser actor no es querer dejarse ver, no es querer aparecer,  más bien lo contrario, disimularse hasta desaparecer.  ¿Habrá tantos actores que se reconozcan en la definición de Godard como individuos morales en la de Foucault?
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[1] Fragmento de un artículo de Michel Feher, filósofo, director de la revista americana Zone
[2] En El uso de los placeres (Historia de la Sexualidad)
[3] En la película “Soigne ta droite”