Me pregunto cual
puede ser la herencia del Partido Popular español. ¿Tiene algo que ver con el
partido conservador británico que, desde los años Thatcher, ha demostrado su
tendencia hacia el neoliberalismo impulsado
en los años 1980 por Ronald Reagan?¿o con la derecha francesa heredera del
General de Gaulle, que ha oscilado entre
el liberalismo y el proteccionismo de la “grandeur”
nacional y que, desde la etapa Sarkozy,
se abre a la derecha más extrema, su antiguo enemigo? ¿o a los cristianos
demócratas alemanes que practican un liberalismo dentro del compromiso exigido
por la organización fuertemente federal del país?
En absoluto. La
derecha española es rancia: su cuerpo tiene la apariencia del neoliberalismo individualista democrático, una moda exaltada
por los massmedias y, que proclama como
partido de “centro” derecha,. Pero este cuerpo lleva en su seno una metástasis:
la que habla de una sociedad muerta, que
unos largos y fétidos cuarenta años dejaron fuera de Europa.
Es el partido
del pasado, del Estado Central, madrileño, de la soberanía de la nación, de la
autoridad en la escuela, la empresa, la familia. Su metástasis le conduce a
desvelar sus tensiones, su resentimiento, sus miedos frente a la sociedad viva,
la sociedad actual, plural, solidaria, con su juventud que ya no actúa desde la autoridad del padre sino que
toma sus decisiones desde la deliberación, que pide el libre acceso al saber;
sus mujeres libres de disponer de sus cuerpos; algunas de sus familias
monoparentales u homosexuales; una sociedad que sabe que la soberanía nacional
y las fronteras pertenecen al pasado. Es una sociedad en devenir que la crisis
política, económica y financiera sitúa en un nuevo siglo de las luces: estamos
en la definitiva puesta en evidencia, la implacable transparencia de los
mecanismos de poderes en mano de los profesionales, elegidos o no. La
metástasis franquista del Partido Popular habla con una claridad meridiana
cuando tiene el poder absoluto en las urnas.
La crisis revela
así con transparencia los mecanismos de poder y también la actitud reaccionaria
de una parte importante de la sociedad que conduce a dar la mayoría absoluta a
un partido. Lo hace dentro de este bipartidismo que representa el otro cáncer
de la democracia aquí y en casi todos los sistemas democráticos actuales. Como
en el siglo de las luces, conviene comprender que la democracia no se vive para
el presente o en la tendencia hacia el pasado sino en una proyección permanente
hacia lo nuevo. Pensar en nuestras sociedades no es mirar hacia el pasado o quejarnos del presente sino buscar en nosotros lo que nos permita arrancarnos fuera de nuestras
representaciones antiguas para construir otra forma de vivir con los demás.
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