Las condiciones contemporáneas de las migraciones forzadas y del neoliberalismo conducen a numerosas poblaciones a vivir sin poder mantener el más mínimo sentimiento de un futuro asegurado o de una pertenencia política. Viven la experiencia cotidiana del neoliberalismo con el sentimiento de una vida mutilada. Viven a pesar de la inexistencia de las estructuras de apoyo que puedan sostener y proteger estas vidas. Si no estoy sostenido en una situación de precariedad es porque existen unos sistemas de valores dominantes.
Los sistemas de valores dominantes juzgan mi vida, deciden si tiene que ser precaria, sin necesidad de protección o afirman que las circunstancias han hecho de esta… una vida mutilada. Definen una cota, un umbral de tolerancia a los movimientos de poblaciones, una limitación o una extensión de derechos de un lado y de otro de las fronteras. Lo hacen en función de los benéficos que los valores calculados aportan al proyecto neoliberal de desarrollo y competitividad. Juzgan a las civilizaciones, las jerarquizan. Deciden quien puede beneficiarse de una ayuda social, sanitaria, económica, de un techo, de un empleo, de una libertad de expresión política; deciden quien tiene el derecho a participar en la vida pública. Estos sistemas de valores dominantes surgen de una estructura del poder: la que gestiona a las poblaciones por medio de gobiernos y asociaciones e instaura un conjunto de medidas destinadas a evaluar la vida misma. Sólo cuenta el cuerpo físico; el cuerpo político del humano ha sido secuestrado por esta estructura de poder.
Cuando me propongo “llevar” mi vida, construir una ética de vida, una vida que, por lo menos, no dañe ni a mí mismo ni a los demás, estoy negociando con estas formas de poder que, en función de los intereses de sus sistemas de valores, se preguntan ¿qué vidas importan?, ¿qué vidas no están reconocidas como tales o cuentan únicamente de forma ambigua como vidas? a pesar de tener el derecho a participar en la vida pública y no tener una vida mutilada directamente por la globalización neoliberal que rige la política mundial actualmente, ¿cómo, en estas condiciones, “llevar” una vida ética?
Tengo que pensar que mi vida puede ser considerada como prescindible, puede ser abandonada: la vulnerabilidad de la vida y la precariedad son comunes al conjunto de la sociedad humana. Si planteo una posible ética en mi vida, o sea construir en mí algo que, por lo menos, no dañe, entonces tengo que sentir en mí una aspiración más importante: esta vida mía que quiero “llevar” debo afirmarla como vida, vida social conectada con otras vidas, comprometida en una relación crítica con estos sistemas de valores dominantes. ¿De dónde le vienen su autoridad a estos poderes? ¿Es esta autoridad legítima? ¿Dónde está la injusticia? Esta vida es mía pero soy un ser social y no la puedo “llevar” solo. Entonces, una conducta ética de vida es necesariamente política y pasa por una viva practica de la crítica. Cuando digo “viva práctica” apelo a mi cuerpo físico para que se transforme en cuerpo político. La primera de estas críticas es que mi ética no permite que la acción política sea confiscada por una estructura de poder que define unos sistemas de valores dominantes. ¿Cómo se traduce en acción este “no permitir”? Es aquí donde aparece la necesidad de una convergencia colectiva.
Blogs de memento