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"El atentado"-Película de Yves Boisset |
“Cómo la obsesión por la seguridad hace mutar la democracia” de Giorgio Agamben- Fragmentos de un artículo publicado en Le Monde Diplomatique Enero 2014: las frases en negrita son del blog.
[Análisis de] un concepto de apariencia anodina, pero que parece haber suplantado cualquier otra noción política: la seguridad.
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Se podría pensar que la finalidad de las políticas de seguridad es simplemente prevenir peligros, disturbios, incluso catástrofes… “Salus populi suprema lex esto” (“la seguridad del pueblo es la ley suprema”)… Los procedimientos de excepción apuntan a a una amenaza inmediata y real que hay que eliminar suspendiendo por un tiempo limitado las garantías de la ley; las “razones de seguridad” de las que se habla hoy en día constituyen, por el contrario, una técnica de gobierno normal y permanente.
Más que en el estado de excepción, Michel Foucault recomienda buscar el origen de la seguridad contemporánea en los inicios de la economía moderna, en François Quesnay (1694-1774) y los fisiócratoas[1]. .. Los grandes Estados absolutistas introdujeron en su discurso la idea según la cual el soberano debía velar por la seguridad de sus súbditos, hubo que esperar a Quesnay para que la seguridad –o más bien la “sûreté” –se convirtiera en el concepto central de la doctrina del gobierno. [Para prevenir la escasez y la hambruna, el Estado intentaba prevenirlas mediante la creación de graneros públicos y prohibiendo la exportación de granos, lo que tenía un efecto negativo en la producción] La idea de Quesnay fue invertir el procedimiento: en lugar de intentar prevenir las hambrunas, había que dejar que se produjeran y, por medio de la liberalización del comercio exterior e interior, gobernarlas una vez que se hubieran producido. “Gobernar” recupera aquí su sentido etimológico: un buen piloto –el que lleva el timón –no puede evitar la tormenta, pero si sobreviene, debe ser capaz de dirigir su barco.
[La fórmula “dejar hacer, dejar pasar”] designa un paradigma de gobierno que sitúa a la seguridad –Quesnay evoca la “sûreté de los granjeros y los trabajadores” –no en la prevención de los desórdenes y los desastres, sino en la capacidad de canalizarlos en una dirección útil.
Hay que medir el alcance filosófico de esta inversión que trastorna la tradicional relación jerárquica entre las causas y los efectos: dado que es vano o, en cualquier caso, costoso gobernar las causas, resulta más útil y seguro gobernar los efectos. La importancia de este axioma no se puede obviar: rige nuestras sociedades, de la economía a la ecología, de la política exterior y militar a las medidas internas de seguridad y policía. Este axioma también permite comprender la convergencia –de otro modo misteriosa –entre un liberalismo absoluto en economía y un control securitario sin precedentes.
Tomemos dos ejemplos para ilustrar esta aparente contradicción. En primer lugar, el del agua potable. Aunque se sepa que pronto va a faltar en gran parte del planeta, ningún país aplica una política seria para evitar su derroche. En cambio, vemos cómo se desarrollan y se multiplican, en todas partes del globo, las técnicas y las fábricas para el tratamiento de aguas contaminadas –un mercado en considerable desarrollo.
Consideramos ahora los dispositivos biométricos, que son uno de los aspectos más inquietantes de las actuales tecnologías de seguridad. … Pensadas para los delincuentes reincidentes y para los extranjeros, las técnicas antropométricas fueron durante mucho tiempo un privilegio exclusivo de estos. … Los escáneres ópticos que permiten obtener rápidamente tanto las huellas digitales como la estructura del iris han sacado los dispositivos biométricos de las comisarías de policía para instalarlos en la vida cotidiana. En algunos países, el ingreso a los comedores escolares está controlado por un dispositivo de lectura óptica sobre el cual el niño apoya distraído su mano. … La legislación que está actualmente en vigor en los países europeos en materia de seguridad es, en ciertos aspectos, sensiblemente más severa que la de los estados fascistas del siglo XX…. La multiplicación creciente de los dispositivos de seguridad atestigua un cambio de la conceptualización política, hasta el punto que podemos preguntarnos legítimamente no solo sí las sociedades en las que vivimos pueden seguir siendo calificadas de democráticas, sino también y ante todo si todavía pueden ser consideradas sociedades políticas.
… En el siglo V a. C,… se creó una identidad política específicamente griega, en la que la idea según la cual los individuos debían comportarse como ciudadanos encontró una forma institucional. .. En la medida en que los ciudadanos de una democracia se dedicaban a la vida política, se veían a sí mismos como miembros de la polis. Polis y políticia, ciudad y ciudadanía, se definían recíprocamente. La ciudadanía se convirtió así en una actividad y una forma de vida mediante la cual la polis, la ciudad, se constituyó en un ámbito claramente distinto des oikos, el hogar. La política se convirtió en un espacio público libre, opuesto en tanto que tal al espacio privado en el que reinaba la necesidad.. Este proceso de politización específicamente griego fue transmitido como herencia a la política occidental, en la que la ciudadanía siguió siendo –con altibajos, claro –el factor decisivo.
Y es precisamente este factor el que se encuentra progresivamente arrastrado a un proceso inverso: un proceso de despolitización. La ciudadanía, en otros tiempos umbral de politización activo e irreductible, se transforma en una condición puramente pasiva, donde, la acción y la inacción, lo público y lo privado se desdibujan y se confunden. Lo que se materializaba a través de una actividad cotidiana y una forma de vida ahora se limita a un estatus jurídico y al ejercicio de un derecho de voto que cada día se asemeja más a un sondeo de opinión.
…Por primera vez en la historia de la humanidad, la identidad ya no es función de la “persona” social y de su reconocimiento, del “nombre” y del renombre”, sino de los datos bioló9gicos que no pueden mantener ninguna relación con el sujeto, como los extravagantes arabescos que mi pulgar entintado dejó en una hoja de papel o la disposición de mis genes en la doble hélice del ADN. El hecho más neutro y más privado se vuelve así el vehículo del a identidad social, quitándole su carácter público.
…El espacio de la ética y de la política que estábamos acostumbrados a concebir pierde su sentido y exige ser repensado de principio a fin. Mientras que el ciudadano griego se definía por la oposición entre lo privado y lo público, el hogar (lugar de la vida reproductiva) y la ciudad (lugar de lo político), el ciudadano moderno parece más bien evolucionar en una zona de indiferenciación entre lo público y lo privado, o, para usar las palabras de Thomas Hobbes, entre el cuerpo físico y el cuerpo político.
…Un espacio vigilado por una cámara ya no es un ágora, ya no tiene ningún carácter público; es una zona gris entre lo público y lo privado, la cárcel y el foro. Semejante transformación es producto de una multiplicidad de causas, entre las cuales la deriva del poder moderno hacia la biopolítica ocupa un lugar especial: se trata de gobernar la vida biológica de los individuos (salud, fecundidad, sexualidad, etc.) y ya no solamente de ejercer una soberanía sobre un territorio. Este desplazamiento de la noción de vida biológica hacia el centro de lo político explica la preeminencia de la identidad física sobre la identidad política.
Pero no debe olvidarse que la asimilación de la identidad social con la identidad corporal empezó con la preocupación de identificar a los criminales reincidentes y a los individuos peligrosos. No es, por lo tanto, en absoluto sorprendente que los ciudadanos, tratados como criminales, terminen aceptando como algo lógico que la relación normal que el Estado mantiene con ellos sea la de la sospecha, el fichaje y el control. El axioma tácito, que cabe correr el riesgo de enunciar aquí, es: “Todo ciudadano –en tanto que ser vivo –es un terrorista potencial”. Pero ¿qué son un Estado y una sociedad regidos por semejante axioma? ¿Pueden todavía ser definidos como democráticos, o incluso como políticos?
Tanto en sus cursos en el Collège de France como en su ensayo Vigilar y castigar, Foucault esboza una clasificación tipológica de los Estados modernos. El filósofo muestra cómo el Estado del Antiguo Régimen, definido como un Estado territorial o de soberanía, cuya divisa era “hacer morir y dejar vivir”, evoluciona progresivamente hacia un Estado de población, en el que la población demográfica reemplaza al pueblo político, y hacia un Estado de disciplina, en el que la divisa se invierte a “hacer vivir y dejar morir”; un Estado que se ocupa de la vida de los sujetos para producir cuerpos sanos, dóciles y ordenados.
El estado en el que hoy vivimos en Europa no es un Estado de disciplina, sino más bien –según la fórmula de Gilles Deleuze –un “Estado de control”: su objetivo no es ordenar y disciplinar, sino gestionar y controlar… Es el famoso “margen de apreciación” que aún hoy caracteriza la actividad del oficial de policía: en relación con la situación concreta que amenaza la seguridad pública, este actúa como soberano. Al actuar así, no decide, ni prepara –como se repite sin razón –la decisión del juez: toda decisión implica causas, y la policía interviene sobre los efectos, es decir sobre un indecidible.
A este indecidible ya no se le llama, como en el siglo XVII ·razón de Estado”, sino “razones de seguridad”. .. La policía recupera su etimología de politeia y tiende a designar la verdadera política; mientras que, por su parte, el término de “política” solo designa la política exterior.
… Al situarse bajo el signo de la seguridad, el Estado moderno sale del dominio de lo político para entra en un no man’s land (tierra de nadie) cuya geografía y fronteras no se perciben bien y para el que nos falta la conceptualización. Este Estado [de seguridad], cuyo nombre remite etimológicamente a una ausencia de preocupación (securus: sine cura), no puede al contrario sino hacer que nos preocupemos más de los peligros que le hacer correr a la democracia, ya que una vida política en dicho Estado se ha hecho imposible; ahora bien, democracia y vida política son –al menos en nuestra tradición –sinónimos.
Frente a este Estado, tenemos que repensar las estrategias tradicionales del conflicto político. En el paradigma “securitario”, todo conflicto y toda tentativa más o menos violenta de derrocar el poder le dan al Estado la ocasión de gobernar los efectos en beneficio de los intereses que le son propios. Es lo que muestra la dialéctica que asocia estrechamente terrorismo y respuesta del Estado en una espiral viciosa. La tradición política de la modernidad pensó los cambios políticos radicales bajo la forma de una revolución que actúa como el poder constituyente de un nuevo orden constituido. Hay que abandonar ese modelo para idear más bien una potencia puramente destituyente que no podría ser captada por el dispositivo “securitario” ni precipitada en la espiral viciosa de la violencia. Si se quiere frenar la deriva antidemocrática del Estado “securitario”, el problema de las formas y de los medios de una potencia destituyente semejante constituye la cuestión política durante los próximos años.
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[1] Michel Foucault, Seguridad, territorio, población. Curso en el Collège de France (1977-1978). Edición Akal Madrid 2008—La fisiocracia basa el desarrollo económico en la agricultura y promueve la libertad de comercio e industria.