Dos oáginas
publicadas en Iniciativa
Debate
Posted: 12 Jul 2015 02:11 PM PDT
Yanis Varoufakis | 12/07/2015
La cumbre de la UE de este domingo (12 de julio) sellará el
destino de Grecia en la Eurozona. Cuando escribo estas líneas, Euclides
Tsakalotos, mi gran amigo, camarada y sucesor al frente del Ministerio de Finanzas
griego se va a una reunión del Eurogrupo que determinará si se llega a un
acuerdo de última hora entre Grecia y nuestros acreedores y si ese acuerdo
incorpora el grado de alivio de la deuda necesario para hacer viable la
economía griega dentro del área Euro. Euclides lleva consigo un plan moderado y
bien concebido de reestructuración de la deuda que responde, sin lugar a dudas,
tanto a los intereses de Grecia como a los de sus acreedores. (Tengo intención
de publicar aquí detalles de ese plan el próximo lunes, una vez despejada la
niebla.) Si esas modestas propuestas de reestructuración de la deuda fueran
rechazadas, según ha dado a entender el
ministro alemán de finanzas, la cumbre de la UE
de este domingo tendrá que decidir entre echar a Grecia de la Eurozona ahora o
mantenerla en la zona un poco más, en una situación de desjarretamiento
creciente, hasta que en algún momento futuro ella misma abandone. La cuestión
es: por qué el ministro de finanzas alemán, el Dr. Schäuble, se resiste a una
reestructuración de la deuda tan delicada y suave como mutuamente beneficiosa?
La columna mía aparecida en el Guardian de
hoy [11 de julio] ofrece mi respuesta a la pregunta. Se publicó, por cierto,
con un título que yo no había puesto: “Alemania no ahorrará
sufrimiento a Grecia: tiene interés en quebrarnos”.
El drama financiero griego ha dominado durante cinco años las
cabeceras de los periódicos por una razón: el terco rechazo de nuestros
acreedores a ofrecer alivios substanciales a nuestra deuda. ¿Por qué, contra el
sentido común, contra el veredicto del FMI y contra las prácticas cotidianas de
los banqueros que tienen que lidiar con deudores asfixiados, se resisten a una
reestructuración de la deuda? La respuesta no puede hallarse en la teoría
económica, porque se halla profundamente anclada en la laberíntica política
europea.
En 2010, el Estado griego llegó a la insolvencia. Dos opciones
congruentes con la ulterior pertenencia a la eurozona estaban sobre la mesa.
Una, la razonable, la que cualquier banquero decente habría recomendado, era la
reestructuración de la deuda y la reforma de la economía. La otra, la opción
tóxica, era ofrecer nuevos préstamos a una entidad quebrada en la pretensión de
que seguía siendo solvente.
La Europa oficial eligió la segunda opción, poniendo el rescate de
los bancos franceses y alemanes expuestos a la deuda pública griega por encima
de la viabilidad socioeconómica de Grecia. Una reestructuración de la deuda
habría implicado pérdidas para los banqueros tenedores de bonos de deuda
pública griega. Deseosos de evitar confesar a los parlamentos que los
contribuyentes tendrían que volver a pagar por los bancos con nuevos préstamos
insostenibles, los funcionarios de la UE presentaron la insolvencia del Estado
griego como un problema de falta de liquidez, y justificaron el “rescate” como
un asunto de “solidaridad” con los griegos.
Para hacer cuadrar la cínica transferencia de pérdidas privadas
irrecuperables sobre las espaldas de los contribuyentes como un ejercicio de
“amor severo”, se impuso una austeridad sin precedentes a Grecia, cuyo ingreso
nacional –a partir del cual había que sacar para devolver las deudas— disminuyó
en más de un cuarto. Basta la pericia matemática de un zagalito espabilado de
ocho años para saber que ese proceso no podía terminar bien.
Una vez completada la sórdida operación, Europa tendría entre
manos una razón adicional para negarse a discutir sobre la reestructuración de
la deuda: ¡ahora tocaba a los bolsillos de los ciudadanos europeos! De manera
que se administraron crecientes dosis de austeridad al tiempo que la deuda se
hacía cada vez más grande, forzando a los acreedores a ampliar sus créditos a
cambio de… ¡más austeridad todavía!
Nuestro gobierno fue elegido con el mandato de poner fin a esa
espiral sin esperanza; de exigir la reestructuración de la deuda y un punto
final a la paralizante austeridad. Las negociaciones han llegado al punto
muerto de todos conocido por una simple razón: nuestros acreedores siguen
descartando cualquier reestructuración tangible de la deuda, insistiendo al
mismo tiempo en que nuestra impagable deuda sea devuelta “paramétricamente” por
los griegos en situación de mayor vulnerabilidad, y por sus hijos, y por sus
nietos.
En mi primera semana como ministro de finanzas recibí la visita de
Jeroen Dijsselbloem, presidente del Eurogrupo (los ministros de finanzas de la
Eurozona), quien me puso ante una opción descarnada: acepta la “lógica” del
rescate y olvídate de exigencias de reestructuración de la deuda o tu acuerdo
de crédito caerá –con la consecuencia tácita de que los bancos griegos serían
clausurados—.
Luego vinieron cinco meses de negociaciones bajo condiciones de
asfixia monetaria y un pánico inducido pánico bancario supervisado y
administrado por el BCE. El mensaje estaba en el aire: a menos que capituléis,
no tardaréis en enfrentaros a controles de capitales, cajeros automáticos a
medio funcionamiento, un prolongado cierre bancario y, finalmente, Grexit.
La amenaza del Grexit ha seguido el curso de una montaña rusa. En
2010 puso el temor de Dios en los corazones y en las mentes de los financieros,
en la medida en que sus bancos andaban rebosantes de deuda griega. Incluso en
2012, cuando el ministro de finanzas alemán, Wiolfgang Schäuble, decidió que
los costes del Grexit era una “inversión” que valía la pena como vía para
disciplinar a Francia y a otros, la perspectiva seguía resultando aterradora
para casi todo el mundo.
Cuando Syriza llegó al poder en enero pasado, y como si de
confirmar nuestra tesis de que los “rescates” no habrían tenido nada que ver
con ayudar a Grecia (y todo que ver con blindar a la Europa septentrional);
como si de confirmar esta nuestra tesis se tratara, una amplia mayoría en el
Eurogrupo –tutelada por Schäuble— adoptó el Grexit, ya como su resultado de
preferencia, ya como arma optativa de combate contra nuestro gobierno.
Los griegos se estremecen con toda la razón ante la perspectiva de
abandonar el euro
Los griegos se estremecen con toda la razón ante la idea verse
amputados de la unión monetaria. Salir de una moneda común no tiene nada que
ver con un simple desacoplamiento, como el que hizo Gran Bretaña en 1992,
cuando Norman Lamont cantó celebérrimamente de alegría en la ducha mañanera
luego de que la libra esterlina abandonara el Mecanismo de Tasa de Cambio (ERM,
por sus siglas en inglés). Y es que Grecia no tiene una moneda cuyo
acoplamiento al euro pueda ser interrumpido. Tiene el euro: una moneda exterior
plenamente administrada por un acreedor hostil a la reestructuración de la
deuda insostenible de nuestra nación.
Para salir, tendríamos que crear de la nada una nueva moneda. En
el Irak ocupado, la introducción de nuevo papel moneda llevó casi un año, unos
20 Boeing 747, la movilización de la potencia militar estadounidense, tres
empresas de imprenta y centenares de camiones de gran tonelaje. A falta de una
infraestructura así, el Grexit montaría tanto como anunciar una enorme
devaluación con 18 meses de anticipación: una receta para la liquidación de
todo el stock griego de capital y su transferencia al exterior por todos los
medios disponibles.
Con un Grexit que venía a espolear el pánico bancario inducido por
el BCE, nuestros intentos de volver a poner la reestructuración de la deuda
sobre la mesa de negociaciones caían en oídos sordos. Una y otra vez se nos
decía que eso era asunto para un indeterminado futuro que seguiría a la
“culminación con éxito del programa”: un estupendo Catch-22, porque el programa
jamás podría culminar con éxito sin una reestructuración de la deuda.
Este fin de semana se llega al clímax de las conversaciones, y mi
sucesor, Euclides Tsakalotos, busca de nuevo poner el caballo por delante del
carro: convencer a un Eurogrupo hostil de que la reestructuración de la deuda
es una condición necesaria de la reforma con éxito de Grecia, no una recompensa ex post por
haberlo conseguido. ¿Por qué resulta tan arduo entender algo tan obvio? Yo veo
tres razones.
Europa no sabe como responder a la crisis financiera. ¿Debería
prepararse para una expulsión (Grexit) o para una federación?
Una es que la inercia institucional es difícil de romper. Otra, que
la deuda insostenible da a los acreedores un inmenso poder sobre los deudores,
y el poder, como es harto sabido, corrompe al más pintado. Pero es la tercera
la que a mí me parece más pertinente, y en realidad, la más interesante.
El euro es un híbrido entre régimen de tasa de cambio fija, como
el ERM de los 80 o el patrón oro de los 30, y moneda estatal. El primero
depende, para mantenerse unido, del miedo a la expulsión, mientras que la
moneda estatal entraña mecanismos de reciclaje de excedentes entre los Estados
miembros (por ejemplo, un presupuesto federal, bonos comunes). La Eurozona se
halla en un punto intermedio entre ambos casos: es más que un régimen de tasa
de cambio y es menos que un Estado.
Y hay fricción. Luego de la crisis de 2008/9, Europa no supo cómo
responder. Tenía que prepararse a fondo para al menos una expulsión (es decir,
para el Grexit) a fin de robustecer la disciplina? ¿O proceder, en cambio, a
una federación? Hasta ahora no ha hecho ninguna de las dos cosas, y su angustia
existencial no deja de crecer. Schäuble está convencido de que, tal y como
están las cosas, necesita un Grexit para despejar el aire de una u otra forma.
Y hete aquí que, de repente, una deuda pública griega permanentemente
insostenible, de no existir la cual la perspectiva del Grexit se desvanecería,
ha cobrado una nueva utilidad para Schäuble.
¿Qué quiero decir con esto? Fundado en meses de experiencia
negociadora, mi convicción es que el ministro de finanzas alemán quiere
expulsar a Grecia de la moneda común para instalar el temor de Dios en los
franceses y obligarles a aceptar su modelo de una Eurozona disciplinaria.
Yanis Varoufakis, exministro de finanzas
del gobierno griego de Syriza, es un reconocido economista greco-australiano de
reputación científica internacional. Es profesor de política económica en la
Universidad de Atenas y consejero del programa económico del partido griego de
la izquierda, Syriza. Fue recientemente profesor invitado en los EEUU, en la
Universidad de Texas. Su libro El Minotauro
Global, para muchos críticos la mejor explicación teórico-económica
de la evolución del capitalismo en las últimas 6 décadas, fue publicado en
castellano por la editorial española Capitán Swing, a partir de la 2ª edición
inglesa revisada. Una extensa y profunda reseña del Minotauro, en SinPermiso Nº 11, Verano-Otoño 2012.
*****
Varoufakis: el acuerdo es una
«capitulación» que convierte a Grecia en «vasallo» del Eurogrupo
Publicado en jul
14 2015 - 10:02pm Por Nerea Castro
El ex ministro de Finanzas griego,
Yanis Varoufakis, calificó como un « tratado de capitulación » el acuerdo
alcanzado ayer con los socios de la eurozona, que permitirá la inyección de miles
de millones de euros en el país a cambio de un ajuste draconiano, y afirmó que
el mismo busca convertir a Grecia en « vasallo » del Eurogrupo.
En un duro texto publicado hoy en su blog y
reproducido en parte por la agencia de noticias EFE, Varoufakis sostiene que el
comunicado de la cumbre de la eurozona ayer es « un documento sobre los
términos de la capitulación de Grecia ».
Sus comentarios se producen un día después que Atenas y la
eurozona alcanzaran un acuerdo preliminar para inyectar divisas al país en los
próximos tres años y mantenerlo dentro de la unión monetaria, un pacto logrado
a cambio de severas medidas de ajuste y reformas que afectarán su soberanía y
ya desataron un fuerte rechazo incluso entre las propias filas del gobierno
heleno.
El acuerdo implica un fuerte aumento del IVA, un recorte de las
jubilaciones, una reforma del mercado laboral y del instituto de estadísticas
nacional, reformas en el Código Civil y un descarnado proceso de
privatizaciones.
Frente a estas exigencias, Varoufakis sostiene que los términos
del acuerdo están pensados como « una declaración que confirma que Grecia
acepta convertirse en un vasallo del eurogrupo », señala el ex ministro, para
quien nunca antes el bloque continental tomó una decisión que « minara de
manera tan fundamental el proyecto de la integración europea ».
Varoufakis interpreta además que el acuerdo de ayer no tiene nada
que ver con la economía, « ni con nada que tenga que ver con una agenda de
reforma capaz de sacar a Grecia del lodo », ya que “es pura y simplemente una
manifestación de una política humillante y una muestra de la anulación completa
de la soberanía nacional, sin poner en su lugar una « política supranacional,
paneuropea ».
Acto seguido, apostilla que los europeos « incluso aquellos a los
que no le importa un comino Grecia, deben de tener cuidado ».
El economista cree que la opinión pública da demasiada importancia
estos días al comportamiento que puedan tener los diputados en la votación del
paquete de medidas, y considera que es más importante plantearse si la economía
griega tiene la más mínima posibilidad de recuperarse con ese tipo de medidas o
si la « rendición por nuestra parte » no profundizará aún más la « interminable
crisis ».
El acuerdo deberá convertirse en ley en Atenas antes de mañana
para que los ministros de Finanzas de la unión monetaria empiecen a negociar el
texto final del tercer programa de ayuda financiera.
Télam. Buenos
Aires, 14 de julio de 2015.
Fuente: http://www.elcorreo.eu.org/Varoufakis-el-acuerdo-es-una-capitulacion-que-convierte-a-Grecia-en-vasallo-del-Eurogrupo