27.4.17

"Deux Hommes dans Manhattan"- Jean-Pierre Melville


Moreau (Melville) y Delmas (Pierre Grasset) en Manhattan


Deux hommes dans Manhattan 1959
 asistido de Yannick Andréi y Charles Bitsch

Guión y diálogos : Jean-Pierre Melville

Fotografía : Nicolas Hayer

Montaje : Monique Bonnot



Una delegación nacional sin líder en la ONU
Sucediendo al clásico fondo sonoro de un ritmo de jazz acompañando los títulos de crédito incrustados sobre las calles de Nueva York de noche, la voz de Melville enuncia una serie de informaciones encadenadas para introducir la semilla que va fertilizar su película.
Era ya el final de la tarde de del 23 de diciembre;  y sólo  las 15.32 cuando la vieja luz de gas del farol olvidada por unos urbanistas distraídos se iluminó para los chicos de la calle 43: un chico irlandés, un pequeño italiano y un pequeño judío que, entre ellos tres, simbolizaban el gran edificio de cristal de la Primera Avenida llamado el Palacio de las Naciones Unidas. Después de Le silence de la mer, Les enfants terribles y Bob le flambeur, el director sigue con este  “toque intelectual” que algunos le reprochaban. De momento que lo maneja con elegancia, su intención de cambiar de tono a partir de Bob el jugador  se parece más bien a un coqueteo.

Pero, ¿cuál es esta semilla que introduce Melville, este “pequeño evento”, aunque “sin embargo, había algo que remarcar”? La inusual ausencia del líder de una delegación nacional en la Asamblea general de las Naciones Unidas convocada para reconocer un nuevo estado en su seno. Un hecho sin importancia que –“las agencias de prensa del mundo entero iban a comunicar a sus salas de redacción”.  Mientras, el jefe del nuevo estado acogido en la asamblea habla en la tribuna, la cámara se pasea por la sala, los servicios técnicos de la ONU, los sistemas de grabación “sobre cera a defecto de mármol”…

Moreau llama a France-Presse: la semilla ha dado su fruto


La delegación sin líder es la francesa, el líder es un héroe de la resistencia contra los nazis…  así que nos desplazamos hacia  la Agencia France-Presse en el Rockefeller Plaza acompañados por un buen jazz mezclado a un villancico (ver la fecha enunciada anteriormente).  Ahí nos enteramos que el director de la agencia, Bouvier, ha llamado al  Hotel Waldorf, , donde se aloja alguien de la delegación –manera de recordar a los espectadores  (escasos, parece ser, en el caso de esta película) por dónde se esfuma el dinero de su fiscalidad. Bouvier convoca a uno de sus empleados, Moreau, para aclarar el caso, “armando” con un fotógrafo. Moreau elige a Delmas, fotógrafo de la sede de France-Match en Nueva York,   buen conocedor de la vida nocturna en la ciudad… lo que va a ser sin duda alguna, una buena pista para arrancar, tomando en cuenta ciertos indicios sobre los gustos del diplomático.  Moreau ha avisado al jefe, y este no aprecia la elección de Delmas por sus frecuentes borracheras: “Si quieres hacer de mí un policía, déjame por lo menos elegir mi soplón”.
Alguna foto de puro cine negro en el despacho de Bouvier-Puertas giratorias a la salida de la agencia… La vista de Manhattan y la ONU  concluye esta primera parte.

Melville en Nueva York

Moreau va a despertar a Delmas


Empieza el gran movimiento de cámara: largos travelines, picados y  contra-picados de una sucesión de personajes que se introducen en las secuencias: vecinos indiscretos, técnicos pasando con escalera, porteros… Melville toma el apellido de Moreau, se presenta de espalda al público, sentado delante de su mesa de trabajo, recogiendo sus papeles y su máquina de escribir, levantándose para poner su chaqueta, beber un vaso de agua antes de realizar su sueño: el amigo francés entra en el cine negro americano. El gran admirador del Hollywood de los años 1940-50 realiza su propia ficción, se pasea entre las luces y las sombras de The Asphalt Jungle, las penumbras y las persianas de Double Indemnity, los bares de The Killers…  El “negro” europeo visita las localizaciones del “negro” de Nueva York o los paseos de Cassavetes,  introduce su propio humor y su reserva frente a la violencia como si de camembert, vinos y jamones se trataba. Lejos del documental, recibimos el guiño afectuoso de un cineasta a la Gran Manzana. Con un equipo muy limitado, unos actores dispuestos a improvisar, Melville rueda en las calles o deja la cámara al fotógrafo cuando se disfraza de Moreau, no presta tanta atención a su propio guión como a filmar un orquestra de jazz: nos ofrece así un excelente momento con Glenda Leigh acompañada por Art Simmons o este final en el Pike Slip Bar donde Delmas acaba su noche de borrachera acompañado por Martial Solas y su grupo. Como un niño con su juguete, Melville nos hace compartir su placer en esta primera visita a los Estados Unidos y manifiesta a que punto esta ciudad le fascina: Broadway, el Capitole, el Mercury Theatre, los carteles, los clubs de jazz… Lo que resalta más de su guión son los temas que le importa y que desarrollará a lo largo de su filmografía: la amistad, la resistencia frente al fascismo, un toque de moral aliñado con una salsa de ironía, una pizca de nostalgia que le hace filmar este farol de gas en Manhattan…
Sin embargo, Melville, como le pasa a Fritz Lang, rechaza las películas que no tienen un éxito de público; por eso, este juicio tan negativo que forumla en su entrevista por André Labarthe en Cineastas de nuestro tiempo:

Moreau y Delmas se instalan en la barra como en una película americana


Dos hombres en Manhattan no lo vio mucha gente ni les gustó… la gente no la vio. Intenté analizar los motivos que habían hecho de la película este estrepitoso fracaso.  Hice una especie de lista de cosas que no hay que hacer.  No existe receta verdadera, positiva, pero sí se puede hacer una lista de las cosas que no hay que hacer de ninguna manera. Para empezar, el callejeo. Como los dos personajes que pasean: el principio de la búsqueda se sostiene  muy raramente y hace falta por lo menos que, al final de la búsqueda ocurre algo extraordinario. Y en la película no había nada de formidable en el objeto de la búsqueda: encontramos al hombre que había desaparecido,  conocíamos el sórdido motivo de su desaparición. Y, a través de algunos personajes pintorescos,  y de algunos decorados pintorescos del Nueva York nocturno, dimos un paseo. En una película, no hay que pasearse. Desde este momento, no quiero pasearme…> Hoy en día, después de revisitar el cine negro americano, esta “incrustación” de dos europeos en Manhattan aporta frescura, ironía y una fuerte sensibilidad en un entorno que estábamos acostumbrados a encontrar en estas calles y estos clubs de jazz.


¿Y qué hacen Moreau y Delmas en Manhattan?

Después del número de strip-tease


La secretaria de Berthier, el líder desaparecido de la delegación francesa, avisa a Moreau: el “evento” no es político: “¡que busque a la mujer!”. Así que la elección de Moreau y Delmas era acertada. 
Moreau va a despertar a Delmas que decide lavar su cerebro en el lavabo para poder pensar algo, lo que no convence su amante que se queda en la cama. Como todos los buenos paparazzi, Delmas tiene una colección de fotos de Berthier con algunas mujeres. Se quedan con tres y   Delmas decide llevar su cámara:
-¿Por qué coges eso?, pregunta Moreau
-Odio, la soledad. Con un vaso o una cámara en las manos, me siento un hombre. Si me los quitas, me quedo yo solo.
Moreau le dice que, de momento, no se tomarán fotos. Delmas no le hecha cuenta. También se llevará su botella de whisky en el bolsillo: “Un yogui tarda 40 años en alcanzar ese estado sin alcohol; y un monje requiere años de rezos; mientras este vaso e yo podemos alcanzar la beatitud en unas pocas horas” dirá al final de su gira nocturna con Moreau.

Entre bastidores en el Mercury theatre



Pasamos por el Mercury Theatre para encontrarse con la actriz Edith Nelson que actúa en “La hija del Coronel Davidson”, seguimos hasta el Capitol donde, en un lento travelín, descubrimos la cantante Virginia Graham –voz terciopelada –detrás del piano de Art Simmons, en una sala de grabación. Delmas sugiere también el nombre de Eddie, una call-girl “especializada en diplomáticos franco-asiáticos”.  Por fin, se encuentran con Bessie Reed que no tardará en echarles del club.
Pero la semilla fertilizó con Judith y Delmas hará el trabajo sucio, muy sucio…

Dos rollos de películas para  dos estados del muerto



Donde se habla de resistencia, de démocracia, de deontológica de la prensa…
Sobre la resistencia durante la guerra a la que Melville tomó parte, nos encontramos en una versión muy distinta a la de El silencio del mar: Bouvier, jefe de la agencia France-Presse, hace el elogio del muerto Berthier que se encuentra tumbado en el sofa del salón de Judith, su amante, mientras Moreau y Delmas (totalmente borracho) escuchan, probablemente perdidos en sus pensamientos después de todo lo que les pasó a lo largo de la noche. Una situación irónica que desvirtúa el discurso sobre el heroísmo y la resistencia. Bouvier concluye: “La historia ya no se escribe, se fotografía”. Y pide a Delmas que le da los negativos de las fotos que comprometen a la delegación francesa en la ONU (fotos de Berthier muerto en la cama de su amante). Delmas defenderá la libertad de expresión frente a las presiones de Bouvier que quiere proteger los intereses del país y criticará la “perfecta organización de la democracia”. Bouvier decide llevarse el cuerpo de Berthier a su coche antes de avisar a la policía.

No comments



¿Muy sucio, el trabajo de Delmas? Ese  pone en evidencia más bien las zonas oscuras de la mente humana  que permiten dudar del heroísmo de unos, de la rectitud y la transparencia de los actos de los que le dan lecciones de moral. Las alcantarillas de Nueva York se llevaran el rollo de fotos del muerto instalado en la cama de su amante, el rollo de fotos del muerto instalado en su coche por el director de la agencia France-Presse. Al final de esta larga noche, Delmas se va de paseo por las calles  en compañía de su botella de whisky: más vale reírse de los demás… y de sí mismo.


Blogs de memento
individuo y sociedad                  cine negro +Más+ de memento