1.7.17

Función política del intelectual-Michel Foucault




En Mayo del 68,  Foucault contesta a la Revista Esprit (nº 171) a la pregunta siguiente, entre otras planteadas por esta misma revista:

«Un análisis que introduce la opresión del sistema y la discontinuidad en la historia del pensamiento, ¿no priva de fundamento a una intervención política progresista?, ¿no conduce al siguiente dilema: a la aceptación del sistema o a recurrir a sucesos incontrolados, a la irrupción de una violencia exterior única capaz de trastocarlo?»

A continuación, unos fragmentos de la exposición por Foucault de lo que se puede considerar como una presentación de su obra en curso y en gestación y que se puede resumir en estas frases: “Mi trabajo no es ni una formalización ni una exégesis sino una arqueología, es decir, como su nombre indica de una manera demasiado evidente, la descripción del archivo… Intento definir en qué, en qué medida, a qué nivel, los discursos, y particularmente los discursos científicos, pueden ser objetos de una práctica política, y en qué sistema de dependencia pueden encontrarse respecto a ella”.

Esta página complementa el curso de Gilles Deleuze (Vincennes 1985-86) sobre Foucault, en particular: Formaciones Históricas publicado en este Blog.

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Los motivos que me han inducido a elegir esta cuestión son los siguientes:
1. Porque me ha sorprendido aunque pronto me convencí que concernía el núcleo mismo de mi trabajo.
2. Porque me permitía proporcionar algunas respuestas que directmente respondían a otras cuestiones planteadas.
3. Y, por último, porque formulaba un tipo de interrogación que ningún trabajo histórico hoy puede soslayar.

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Una tentativa para introducir “la diversidad de los sistemas y el juego de las discontinuidades en la historia de los discursos

Lo que intento hacer, tengo que admitirlo, ha sido caracterizado en vuestra pregunta con una gran precisión, al mismo tiempo que habéis señalado al centro del debate: “introducir la opresión del sistema y la discontinuidad en la historia del pensamiento”. Sí, me reconozco casi por entero en esta frase. Reconozco que se trata de una afirmación casi injustificable. Con diabólica oportunidad habéis conseguido dar una definición de mi trabajo que no puedo sino suscribir, pero que nadie desearía razonablemente asumir. De repente me doy cuenta de mi extravagancia, de mi singularidad tan poco legítima. Y respecto a este trabajo (realizado un tanto en solitario, más siempre pacientemente, sin otra ley que él mismo, bastante minucioso como para defenderse por sí solo, o al menos eso pensaba yo) se me hace ahora presente lo mucho que se desvía de las normas mejor establecidas y lo chirriante que resulta. No obstante me molestan dos o tres detalles de la ajustada definición que me proponéis, que me impiden (posiblemente me evitan) adherirme  a ella por completo.

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Foucault pluralista… y otros “detalles”

En primer lugar, empleáis el término sistema en singular. Sin embargo, yo soy pluralista; me explico (espero que me permitáis referirme no sólo a mi último libro sino también a aquellos que lo han precedido, puesto que en conjunto forman un haz de investigaciones con temas y referencias cronológicas bastante próximas, y también porque cada obra constituye una experiencia descriptiva que se opone y, en consecuencia, se refiere a las otras a través de un determinado número de rasgos). Soy pluralista: el problema que me he planteado es el de la individualización de los discursos. Para individualizar los discursos, existen criterios que son conocidos y seguros (más o menos): el sistema lingüístico al que pertenecen, la identidad del sujeto que los ha articulado. Sin embargo, otros criterios no menos familiares resultan mucho más enigmáticos. Cuando se habla de la psiquiatría, de la medicina, de la gramática, de la biología, de la economía, ¿de qué se habla?,  ¿cuáles son estas curiosas unidades que creemos reconocer a primera vista pero que nos resultan embarazosas a definir sus límites?  Unidades algunas de las cuales parecen provenir del fondo de nuestra historia (la medicina no menos que las matemáticas) mientras que otras han aparecido recientemente (la economía, la psiquiatría) y otras posiblemente han desaparecido (la casuística). Unidades en las que indefinidamente inscriben enunciados nuevos y que se ven modificadas así sin cesar (extraña unidad la de la sociología o de la psicología que desde su nacimiento no han cesado de comenzar).  Unidades que se mantienen obstinadamente después de tantos errores, tantos olvidos, tantas novedades, tantas metamorfosis. Pero que sufren a veces mutaciones tan radicales que es difícil considerarlas idénticas a sí mismas (¿cómo sostener que es la misma economía que va ininterrumpidamente de los fisiócratas a Keynes?).

Quizá existen discursos que pueden redefinir continuamente su propia individualidad (por ejemplo las matemáticas pueden reinterpretar en cada momento la totalidad de su historia); sin embargo, en ninguno de los casos anteriormente citados el discurso puede restituir la totalidad de su historia  en la unidad de una arquitectura formal.

Nada me resulta más distante que la búsqueda de una forma opresora, soberana y única. No pretendo detectar, a partir de signos diversos, el espíritu unitario de una época, la forma general de su consciencia algo así como una Weltanschaung. Tampoco he descrito la emergencia y el eclipse de una estructura formal que reinaría, por un tiempo, sobre todas las manifestaciones del pensamiento: no he hecho la historia de un transcendental sincopad. En fin, tampoco he descrito pensamientos o sensibilidades seculares que nacen, balbucean, luchan, se extinguen como si se tratara de grandes espíritus fantasmagóricos que representan su teatro de sombras chinescas entre bambalinas de la historia. He estudiado, paso a paso, conjuntos de discursos; los he caracterizados, he definido combinatorias, reglas, transformaciones, umbrales, permanencias; los he combinado, he descrito haces de relaciones. Y siempre que lo he considerado necesario, he hecho proliferar los sistemas.
Un pensamiento, dice, que subraya la “discontinuidad”. Noción cuya importancia hoy –tanto para los historiadores como para los lingüistas –no debería ser subestimada. Y, sin embargo, su utilización en singular no me parece la más pertinente. En esto, una vez más, soy pluralista. Mi problema consiste en sustituir la forma abstracta, general y monótona del “cambio” a través de la cual se matiza ingenuamente la sucesión, por le análisis de los tipos diferentes de transformación. Esto implica dos cosas: poner entre paréntesis todas las viejas formas de blanda continuidad mediante las cuales,  con frecuencia, se amortigua la dirección súbita del cambio (tradición, influencia, hábitos de pensamiento, grandes formas mentales, orientaciones del espíritu), y hacer surgir, por el contrario, con tesón, toda la viveza de la diferencia: establecer meticulosamente la dispersión.

Una vez hecho esto, poner así mismo entre paréntesis todas las explicaciones psicológicas del cambio (genio de los grandes inventores, crisis de la consciencia, aparición de una nueva forma de pensamiento) para definir con el mayor cuidado las transformaciones que no han provocado el cambio pero sí lo han constituido.
En suma reemplazar el tema del devenir (forma general, elemento abstracto, causa primera y efecto universal, mezcolanza confusa de lo idéntico y lo nuevo) por el análisis de las transformaciones en su especificidad.

…Preferiría que se dijese que he subrayado no la discontinuidad sino las discontinuidades, es decir, las diferentes transformaciones que pueden describirse… Pero lo importante para mí no es constituir una tipología exhaustiva de estas transformaciones.

-Lo importante es dotar de contenido el concepto monótono y vacío de “cambio”: un juego de modificaciones especificadas.

-Lo importante no es mezclar un análisis de este tipo con un diagnostico psicológico. Una cosa (legitima) es preguntarse si el autor es un genio o cuales han sido las experiencias de su primera infancia, y otra describir el campo de posibilidades, la forma de las operaciones, los tipos de transformación que caracteriza su práctica discursiva.

-Lo que importa es mostrar que no existen, por una parte discursos inertes, ya medio-muertos, y, por otra,  un sujeto todo-poderoso que los manipula, los invierte, los renueva; sino más bien que los sujetos parlantes forman parte del campo discursivo: tienen en él una posición con sus posibilidades de desplazamiento y una función con sus posibilidades de mutación funcional. El discurso no es el lugar de irrupción de la subjetividad pura, es un espacio de posiciones y de funcionamientos diferenciados para los sujetos.

-Lo importante,  sobre todo, es definir entre todas estas transformaciones el juego de dependencias… Pretendo sustituir la simplicidad uniforme de las afirmaciones de causalidad por este juego de dependencias, o, en otros términos, hacer emerger el haz polimorfo de las correlaciones, suprimiendo el privilegio indefinidamente retomado de la causalidad.

Como veis, no se trata de sustituir con una categoría, lo discontinúo, otra no menos abstracta y general, lo continuo. Me esfuerzo, por el contario, en mostrar que la discontinuidad no es el vacío monótono e impensable que existe entre los sucesos, vacío que urge rellenar empleando dos soluciones perfectamente simétricas: la plenitud sombría de la causa o el agil desplegarse del espíritu. La discontinuidad es un juego de transformaciones especificadas, diferentes unas de otras, cada una con sus condiciones, sus reglas, su nivel, y ligadas entre sí según esquemas de dependencia. La historia es el análisis descriptivo y la teoría de estas transformaciones.

…Vosotros utilizáis la expresión “historia del pensamiento” pero yo considero que más bien hago historia del discurso. ¿Cuál es la diferencia, me preguntareis? [Foucault cita la revista]: “Los textos que usted utiliza como material, no los estudia en su estructura gramatical, no describe el campo semántico que abarcan, la lengua no es su objeto, ¿qué intenta si no es descubrir el pensamiento que los anima y reconstruir las representaciones de las que los textos dan quizá una versión duradera pero sin duda infiel? ¿Qué busca sino encontrar, más allá de ellos,  la intención de los hombres que los han formulado, las significaciones que, voluntariamente o a su pesar, han depositado en ellos, ese imperceptible suplemento del sistema lingüístico que es algo como la brecha de la libertad en la historia del pensamiento?

En esto radica quizás lo esencial. Tenéis razón: lo que analizo en el discurso no es el sistema de su lengua, ni en general las reglas formales de su construcción, ya que no me preocupo de saber lo que lo hace legítimo, o le confiere inteligibilidad, permitiéndole servir en la comunicación. La cuestión que me planteo es  no es la de los códigos sino de los sucesos: la ley de existencia de los enunciados, lo que los ha hecho posibles a ellos y no a otros, las condiciones de su singular emergencia, su correlación con otros sucesos anteriores o simultáneos, discursivos o no.

A esta cuestión, no obstante, intento responder sin hacer referencia a la consciencia, oscura o explícita de los sujetos hablantes; sin relacionar los hechos discursivos con la voluntad (quizás involuntaria) de sus autores; sin evocar esta intención de decir que se muestra siempre superabundante respecto a lo que se dice; sin intentar captar  la ligereza unaudia de una palabra que no tendría texto.
Mi trabajo no es ni una formalización ni una exégesis sino una arqueología, es decir, como su nombre indica de una manera demasiado evidente, la descripción del archivo. Este término no significa la masa de textos que han podido ser recogidos en una época dada o conservados desde esta época a través de los avatares del desdibujamiento progresivo, sino el conjunto de reglas que, en una época dada y para una sociedad determinada, definen:

1. los límites y las formas de la decibilidad: ¿de qué se puede hablar?, ¿cuál es el ámbito constituido del discurso?, ¿qué tipo de discursividad ha sido asignada a tal o cual área?, ¿de qué se compone el texto?, ¿de qué se ha querido hacer una ciencia descriptiva?, ¿a qué se ha conferido una formulación literaria?, etc.

2. los límites y las formas de la conservación: ¿cuáles los enunciado destinados a pasar sin dejar huella?, ¿cuáles son por el contrario, los destinados a formar parte de la memoria de los hombres (por medio de la recitación ritual, la pedagogía y la enseñanza, la distracción o la fiesta, la publicidad)?, ¿cuáles son registrados para poder ser reutilizados y con qué fines?, ¿cuáles son puestos en circulación y en qué grupos?, ¿cuáles reprimidos y censurados?

3. los límites y las formas de la memoria tal como aparece en las diferentes formaciones discursivas: ¿cuáles son los enunciados que cada formación discursiva reconoce como válidos, discutibles o definitivamente inservibles?, ¿cuáles los que han sido abandonados por inconsistentes o excluidos como extraños?, ¿qué tipo de relaciones se han establecido entre el sistema de enunciados presentes y el corpus de enunciados pasados?

4. los límites y las formas de reactivación: entre los discursos de épocas anteriores o de culturas extrañas ¿cuáles son los que se retienen, se valorizan, importan, se intentan reconstruir?, ¿qué se hace con ellos, a qué transformaciones se los someten (comentarios, exégesis, análisis), ¿qué sistema de apreciación se les aplica, qué papel se les otorga?

5. los límites y las formas de la apropiación: ¿qué individuos, grupos, clases tienen aceso a un tipo determinado de discursos?, ¿cómo está institucionalizada la relación del discurso con quien lo pronuncia, con quien lo recibe?, ¿cómo se señala y se define la relación del discurso con su autor?, ¿cómo se desenvuelve entre clases, naciones, colectividades lingüísticas, culturales o étnicas, la lucha por la apropiación de los discursos? Tal es el trasfondo en el que se inscriben los análisis que he comenzado y hacia el que se dirigen.

No describo pues una historia del pensamiento siguiendo la sucesión de sus formas y el espesor de sus significaciones sedimentadas. No cuestiono los discursos sobre aquello que, silenciosamente, manifiestan, sino sobre el hecho y las condiciones de su manifiesta aparición. No los cuestiono acerca de los contenidos que pueden encerrar sino sobre las transformaciones que han realizado. No los interrogo sobre el sentido que permanece en ellos a modo de origen perpetuo, sino sobre el terreno en el que coexisten, permanecen y desaparecen. Se trata de un análisis de los discursos en la dimensión de su exterioridad. De aquí se derivan tres consecuencias:

a) Tratar el discurso pasado no como un tema para un comentario que lo reanimaría, sino como un monumento  que es preciso describir en su disposición propia.
b) Buscar en los discursos sus leyes de construcción, no tanto como lo pretenden los métodos estructurales cuanto sus condiciones de existencia.
c) Referir el discurso no tanto al pensamiento, al espíritu o al sujeto que lo ha prohijado cuanto al campo práctico en el cual se despliega.
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Relación entre práctica política y discursos (en particular los científicos)

Pido disculpas: he sido demasiado largo y pesado, y ello para poca cosa: proponer tres ligeros cambios en vuestra definición y pediros que consideréis mi trabajo como una tentativa para introducir “la diversidad de los sistemas y el juego de las discontinuidades en la historia de los discursos”.
…Lo que me planteáis es una cuestión mucho más seria, la única, pienso, que puede ser legítimamente planteada. Me preguntáis acerca de las relaciones entre lo que digo y una determinada práctica política.

Me parece que a esta cuestión se le puede dar dos respuestas. Una concierne las operaciones críticas que mi discurso desencadena en el terreno que es el suyo (la historia de las ideas, de la ciencia, del pensamiento, del saber…): ¿lo que deja fuera de juego es indispensable para una política progresista? La otra respuesta concierne al campo de análisis y al ámbito de objetos que mi discurso intenta mostrar: ¿cómo pueden articularse con el ejercicio efectivo de una política progresista? Respecto a las operaciones críticas que he emprendido, podría resumirlas así:

1. Establecer los límites ahí donde la historia del pensamiento bajo su forma tradicional, se procuraba un espacio indefinido… Establecer estos límites, poner en duda estos tres temas del origen, el sujeto, la significación implícita equivaldría… a  liberar el campo discursivo de la estructura histórico-transcendental en la que lo ha encerrado la filosofía del siglo XIX.

2. Borrar las oposiciones poco pensadas… Intento contar la historia de la perpetua diferencia; más concretamente contar la historia de las ideas en tanto que conjunto de las formas especificadas y descriptivas de la no-identidad. Quisiera así liberar a esta historia de la triple metáfora que la embaraza desde hace más de un siglo: la evolucionista que le impone la repartición entre lo regresivo y lo adaptivo, la biológica que separa lo muerte de lo viviente, la dinámica que opone el movimiento y la inmovilidad.

3. Suprimir la negación que ha afectado al discurso en su propia existencia ( y es está, creo, la más importante de las operaciones críticas que he emprendido)… En el fondo de esta negación que pesa sobre el discurso –en  beneficio de la oposición pensamiento/lenguaje, historia/verdad, palabra/escritura, conceptos/cosas –existía en realidad el rechazo a reconocer que en el discurso algo se ha formado siguiendo reglas perfectamente definibles; un rechazo a reconocer que algo existe, subsiste, se transforma, desaparece en el discurso según reglas igualmente definibles; en resumen que al lado de todo lo que una sociedad puede producir (“al lado”: es decir una relación asignable a todo ello) se genera la formación y la transformación de loas “cosas dichas”. Es precisamente la historia de esas “cosas dichas” que ello pretendo realizar.

4. Última área crítica que resume y engloba a todas las demás: liberar de su incierto estatuto a ese conjunto de disciplinas que son llamadas historia de las ideas, de las ciencias, del pensamiento, de los conocimientos, de los conceptos o de la consciencia. Esta incertidumbre se manifiesta de diversas maneras:
-dificultad para delimitar los territorios: ¿dónde termina la historia de las ciencias, dónde comienza la de las opiniones y de las creencias?...

-dificultad para definir la naturaleza del objeto: ¿se lleva a cabo la historia de aquello que ha sido conocido, adquirido, olvidado, o más bien la historia de las formas mentales, la historia de su interferencia?; ¿se hace la historia de los rasgos comunes a los hombres característicos de una época o de una cultura?; lo que se describe ¿es un espíritu colectivo?; ¿se analiza la historia teológica o genética de la razón?

-dificultad para designar la relación existente entre esos hechos de pensamiento o de conocimiento y los otros dominios del análisis histórico; ¿hay que tratarlos como signo de otras cosas (de una relación social, de una situación política, de una determinación económica) o como su resultado,… como su refracción a través de la consciencia o, más bien como la expresión simbólica de su forma de conjunto?


…Permitidme pues que os tome por testigos de la cuestión que planteo a aquellos que podrían alarmarse: “¿Está ligada una política progresista, en su reflexión teórica,  a los temas de la significación, del origen, del sujeto constituyente, en suma, a toda la temática que garantiza en la historia la presencia inagotable del Logos, la soberanía de un sujeto  puro, y la profunda teleología de un destino originario?; ¿una política progresista tiene algo que ver con una forma de análisis de este tipo, o con su cuestionamiento?; ¿tiene una tal política una relación con todas las metáforas dinámicas, biológicas, evolucionistas tras las cuales se enmascaran el difícil problema del cambio histórico o, por el contrario, con su meticulosa destrucción? Aún más, ¿existe algún parentesco necesario entre una política progresista y el rechazo a reconocer en el discurso algo más que una frágil transparencia que centellea un instante en el límite de las cosas y de los pensamientos para desaparecer después súbitamente?, ¿se puede pensar que esta política tiene interés en retomar una vez más el tema –(del que yo pensaba que habría podido liberarnos la existencia y la práctica del discurso revolucionario en Europa desde hace más de doscientos año)– de que las palabras no son más que viento, un susurro exterior, un aletéo que apenas se deja oír en la seriedad de la historia y el silencio del pensamiento?  En fin, ¿se debe pensar que una política progresista está ligada a la desvalorización de las prácticas discursivas afín de que triunfe la incierta idealidad de una historia del espíritu, de la consciencia, del conocimiento, de las ideas o de las opiniones?”.

Me parece que en contrapartida percibo –y con bastante claridad –las peligrosas facilidades que se concederían a la política de la que habláis si se auto-procurase la garantía de un fundamento originario o de una teleología trascendental, si gozase de una constante metaforización del tiempo por medio de las imágenes de la vida o de los modelos del movimiento; si renunciase a la tarea difícil de un análisis general de las prácticas,  de sus relaciones, sus transformaciones, para refugiarse en una historia global de las totalidades, de las relaciones expresivas, de los valores simbólicos y todas esas secretas significaciones implicadas en los pensamientos y en las cosas.

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Ejemplo del discurso médico

¿Cómo este trabajo de termita sobre el nacimiento de la filosofía, de la economía o de la anatomía patológica puede concernir a la política e inscribirse entre los problemas de hoy?
Hubo un tiempo en que los filósofos no se dedicaban con semejante celo al polvo del archivo… a esto yo podría responder, más o menos, lo siguiente: “Existe actualmente un problema que no carece de importancia para la práctica política: el del estatuto, las condiciones de ejercicio, de funcionamiento y de institucionalización de los discursos científicos. Sobre ello, he comenzado el análisis histórico eligiendo los discursos que tienen, no la estructura epistemológica más fuerte (matemáticas, física), sino el campo de positividad más denso y complejo (medicina, economía, ciencias humanas)”.

Tomemos un ejemplo simple: la formación del discurso clínico que ha caracterizado la medicina desde comienzos del siglo XIX hasta prácticamente nuestros días… Es fácil captar “intuitivamente” la relación entre esta mutación científica y un determinado número de sucesos políticos concretos: los que se agrupan, incluso a escala Europea, bajo el título de Revolución Francesa. El problema es conferir a esta relación todavía confusa un contenido analítico.

1. Primera hipótesis: es la consciencia de los hombres la que se ha modificado bajo el efecto de cambios económicos, sociales y políticos;  su percepción de la enfermedad se ha visto, por ello mismo, alterada:

-han reconocido en ella las consecuencias políticas (malestar, descontento, motines en las poblaciones con deficiencias de salud);

- han percibido en ella las implicaciones económicas mismas (deseo de los empresarios de disponer de una mano de obra sana, deseo por parte de la burguesía en el poder de transferir al Estado las cargas de asistencia);

-han trasladado a ella su concepción de la sociedad (una sola medicina con valor universal pero con dos campos de aplicación distintos: el hospital para las clases pobres, y la práctica liberal y concurrencial para las ricas);

-por último, han transcrito en ella su nueva concepción del mundo (desacralización del cadáver que ha permitido las autopsias, mayor importancia concedida al cuerpo vivo como instrumento de trabajo, preocupación por la salud que reemplaza la preocupación por la salvación)..

En esta hipótesis, hay una serie de elementos que no dan cuenta de la formación de un discurso científico. Aunque no todos son falsos, solo pudieron producirse –con sus efectos correspondientes y comprobables – en la medida en que el discurso médico recibió un nuevo estatuto.

2. Segunda hipótesis: las nociones fundamentales de la medicina clínica provendrían por transposición,  de una práctica política o, al menos, de formas teóricas en las cuales se refleja. Las ideas de solidaridad orgánica, de cohesión funcional, de comunicación epitelial, el abandono del principio clasificatorio en beneficio de un análisis de la totalidad corporal corresponderían a una práctica política que descubre, bajo estratificaciones todavía feudales, relaciones sociales de tipo funcional y económico…

3. Estos tipos de análisis no me parecen pertinentes porque eluden el problema esencial: ¿en qué tendría que consistir el modo de existencia y de funcionamiento del discurso médico para que, en medio de los otros discursos y, en general, de otras prácticas, se produjesen semejantes transposiciones o correspondencias?

…Por estas razones desplazaría el punto de ataque en relación a los análisis tradicionales. 
Si existe una relación entre la práctica política y el discurso médico, no me parece que se deba a que esta práctica haya cambiado, en principio, la consciencia de los hombres, su manera de percibir las cosas, de concebir el mundo, y luego, por último la forma de su conocimiento y del contenido de su saber. Tampoco me parece que se deba a que esta práctica se haya pensado, primero, de una forma más o menos clara y sistemática en los conceptos, nociones o temas que, más tarde, han sido importados por la medicina.

Creo que se ha producido de una manera mucho más directa: la práctica política ha transformado no el sentido ni la forma del discurso sino sus condiciones de emergencia, de inserción y de funcionamiento; ha transformado el modo de existencia del discurso médico:

-nueva repartición del objeto médico mediante  la aplicación de otra escala de observación que se superpone a la primera sin sustituirla (la enfermedad observada estadísticamente al nivel de una población);

-nuevo estatuto de la asistencia que crea un espacio hospitalario de observación y de intervención médica (espacio que está organizado además según un principio económico ya que el enfermo, beneficiario de los cuidados, debe retribuirlos a través de la lección médica que proporciona: paga el derecho a ser socorrido mediante la obligación de ser observado y esto incluso hasta la muerte misma);

-nuevo modo de registro, de conservación, de acumulación, de difusión y de enseñanza del discurso médico (que no debe ya manifestar la experiencia del médico sino constituir un documento sobre la enfermedad);

-nuevo funcionamiento del discurso médico en el interior del sistema administrativo y político de la población (la sociedad, en tanto que tal, es considerada y “tratada” según las categorías de la salud y de lo patológico…
...
1,  Lo que se ve transformado por la práctica política no son tanto los “objetos” médicos (la práctica política no transforma, como es evidente, las “especies mórbidas” en “focos lesivos”) sino el sistema que ofrece al discurso médico un objeto posible (ya sea una población vigilada y repertoriada, ya sea una evolución patológica total en un individuo con antecedentes y del que se observan cotidianamente los males y su remisión, ya sea un espacio anatómico autopsiado);

2. Lo  que se ve transformado por la práctica política no son tanto los métodos de análisis cuanto el sistema de su formación (registro administrativo de las enfermedades, de las defunciones, de sus causas, de las entradas y salidas del hospital, la constitución de los archivos; la relación del personal médico con los enfermos en el terreno hospitalario),

3. Lo que se ha visto transformado por la práctica política no son tanto los conceptos cuanto su sistema de formación (la sustitución de concepto de “tejidos” por el de “sólido” no es evidentemente el resultado de un cambio político; lo que la práctica política ha modificado es el sistema de formación de los conceptos: a la anotación intermitente de los efectos de la enfermedad y a la asignación hipotética de una causa funcional ha sucedido, en virtud de la práctica política, una cuadriculación anatómica bien tupida, casi continua y labrada en profundidad así como la detección local de las anomalías, su campo de dispersión y sus eventuales vías de difusión).

La a rapidez con que, frecuentemente, se superponen los contenidos de un discurso científico a una práctica política oculta, a mi juicio, el nivel en el que la articulación de ambas puede describirse con precisión.
*****

Una reflexión sobre la política progresista

…Este ejemplo, bastante extenso, sirve únicamente para mostraros algo que mantengo, mostraros como lo que intento hacer aparecer en mi análisis –la positividad de los discursos, sus condiciones de existencia, los sistemas que origen su emergencia, su funcionamiento y sus transformaciones –puede afectar a la práctica política. Mostraros lo que esta práctica puede hacer de él.
Convenceros de que,  esbozando esta teoría del discurso científico, haciéndola aparecer como un conjunto de prácticas reglamentadas que se articulan de una forma analizable sobre otras prácticas, no me divierto simplemente en hacer el juego un poco más complicado para ciertos espíritus agudos; intento definir en qué, en qué medida, a qué nivel, los discursos, y particularmente los discursos científicos, pueden ser objetos de una práctica política, y en qué sistema de dependencia pueden encontrarse respecto a ella.

Permitidme una vez más tomaros por testigo de la pregunta siguiente:
- ¿no nos suena ya suficientemente esta política que responde en términos de pensamiento o de consciencia, de idealidad pura o de rasgos psicológicos cuando se refiere a una práctica, a sus condiciones, a sus reglas, a sus transformaciones históricas?,

-¿no conocemos suficientemente esta política que, desde el siglo XIX, se obstina en ver en el inmenso territorio de la práctica sólo la epifanía de una razón triunfante de la que no hay más que descifrar el destino histórico-trascendental de Occidente?

Y concretando aún más: ¿el rechazo a analizar las condiciones de existencia y las reglas de formación de los discursos científicos, en lo que tienen a la vez de específico y de dependiente, no condena a toda política:
- a una elección peligrosa,  

-o bien a plantear, de un modo que podríamos denominar “tecnocrático”, la validez y eficacia de un discurso científico, sean cuales sean las condiciones reales de su ejercicio y el conjunto de las prácticas sobre las que se articula (instaurando así el discurso científico como regla universal de todas las otras prácticas, sin tener en cuenta el hecho de que él mismo es una práctica reglamentada y condicionada),

-o bien a intervenir directamente en el campo discursivo como si no tuviese consistencia propia y hacer de él el material bruto de una inquisición psicológica (buscando alternativamente lo que se dice y quien se dice),

-o a practicar la valorización simbólica de las nociones (discerniendo en una ciencia los conceptos que son “reaccionarios” y los que son “progresistas”)?

*****
Una conclusión sobre la relación entre política y discursos

Me gustaría concluir sometiendo a vuestra consideración alguna hipótesis:

-una política progresista es una política que reconoce las condiciones históricas y las reglas especificas de una práctica, precisamente ahí donde otras políticas sólo saben de necesidades ideales, de determinaciones univocas, o del libre juego de las iniciativas individuales.

-una política progresista es una política que define para una práctica las posibilidades de transformación y el juego de las dependencias entre esas transformaciones precisamente ahí donde otras políticas sólo confían en la abstracción uniforme del cambio o en la presencia taumatúrgica del genio.

-una política progresista no convierte al hombre, a la consciencia, al sujeto en general, en el operador universal de todas las transformaciones: define más bien los planes y las funciones diferentes que los sujetos pueden adoptar en un terreno que tiene sus reglas de formación.

-una política progresista no convierte los discursos en el resultado de procesos mudos o en la expresión de una consciencia silenciosa, sino que los considera (trátese de ciencia, literatura, enunciados religiosos o discursos políticos) como una práctica que se articula sobre otras prácticas.
-una política progresista no se sitúa respecto al discurso científico en una posición de “demanda perpetua” o de “crítica soberana”, sino que deberá conocer cómo los discursos científicos, en su positividad (es decir en tanto que prácticas ligadas a ciertas condiciones, sometidas a determinadas reglas, y susceptibles de ciertas transformaciones) están insertos en un sistema de correlaciones con otras prácticas

 Aquí tenéis lo que intento hacer desde una década y que conecta con la pregunta que me hacéis… Si tuviese que volver a formular mi empresa, la definiría más o menos en los siguientes términos: “Determinar en sus dimensiones diversas cual ha podido ser en Europa, desde el siglo XVII, el modo de existencia de los discursos y, concretamente, de los discursos científicos (sus reglas de formación y sus condiciones de existencia, sus dependencias y sus condiciones de existencia, sus transformaciones), a fin de que se constituya el saber que es hoy el nuestro y, de un modo más preciso, el saber que se ha procurado como ámbito ese curioso objeto que es el hombre”…

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La función política del intelectual

Comprendo su malestar. Les ha resultado sin duda difícil reconocer que su historia, su economía, sus prácticas sociales, la lengua que hablan, la mitología de sus antepasados, los cuentos que les contaban en su infancia, obedecen a reglas que no pertenecen en totalidad a su consciencia; no quieren verse desposeídos, por supuesto, de ese discurso del que desean poder decir inmediatamente  sin distancia lo que piensan, creen o imaginan. Prefieren negar que el discurso sea una práctica compleja y diferenciada que obedece a reglas y a transformaciones analizables en vez de ser privados de esa confortable certeza, tan tranquilizadora, que les permite poder cambiar, sino el mundo o la vida, al menos su “sentido” mediante la fragancia de una palabra que no saldría más que de ellos mismos y pertenecería indefinidamente lo más cerca del origen.

Se les ha escapado ya tantas cosas de su lenguaje que no quieren que se les vaya lo que dicen, ese pequeño fragmento de discurso –palabra o escritura, qué más da –cuya frágil e incierta existencia debe transportar su vida más lejos y durante más tiempo. No pueden soportar –y en cierto modo se comprende –que se les diga: “El discurso no es la vida; su tiempo no es el nuestro; en él no os reconciliáis con la muerte; puede ser que hayáis matado a Dios con el peso de todo lo que habéis dicho, pero no penséis que haréis con lo que decís un hombre que vivirá más que élEn cada frase que pronunciáis (y precisamente en la que estáis escribiendo en este momento), …tú que te afanas en responder con tantas páginas a una cuestión por la que te has sentido concernido, tú que vas a firmar este texto con tu nombre –en cada frase reina la ley sin nombre, la blanda indiferencia: qué importa quien habla; alguien ha dicho: qué importa quien habla”.

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