30.3.19

"Instintos e Instituciones"-Gilles Deleuze

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Lo que llamamos instinto y lo que llamamos institución, designan esencialmente procesos de satisfacción. A veces, al reaccionar por naturaleza ante estímulos externos, el organismo extrae del mundo exterior los elementos de una satisfacción de sus tendencias y sus necesidades; estos elementos forman, para los diferentes animales, unos mundos específicos. A veces, al instituir un mundo original entre sus tendencias y el entorno, el sujeto desarrolla medios artificiales de satisfacción, que liberan de la naturaleza al organismo:  al introducirlo en un nuevo entorno, lo someten a otra cosa y transforman la propia tendencia; es cierto que el dinero libera del hambre, con la condición de tenerlo, y que el matrimonio ahorra la búsqueda de una pareja con la condición de someterse a otras tareas. Esto significa que cualquier experiencia individual supone, a priori, la preexistencia de un entorno en el que se lleva a cabo la experiencia, entorno específico o entorno institucional. El instinto y la institución son las dos formas organizadas de una posible satisfacción.

 

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No cabe duda de que la tendencia sea satisfecha en la institución: la sexualidad en el matrimonio, el ansia de posesión en la propiedad. Se puede objetar el ejemplo de instituciones, como el Estado, a las que no corresponde a ninguna tendencia. Pero es obvio que semejantes instituciones son secundarias, o porque presuponen comportamientos institucionalizados, o bien por remitir a una utilidad derivada propiamente social – en última instancia, esta utilidad encuentra el principio del que deriva en la relación entre lo social y las tendencias.

La institución se presenta siempre como un sistema organizado de medios. En ello reside, por cierto, la diferencia entre la institución y la ley: ésta define una limitación de las acciones, aquella es un modelo positivo de acción. Las teorías de la ley se sitúan lo positivo fuera de lo social (los derechos naturales), y lo social dentro de lo negativo (la limitación contractual). Por el contrario, la teoría de la institución sitúa lo negativo (las necesidades) fuera de lo social para presentar la sociedad como fundamentalmente positiva, inventiva (unos medios originales de satisfacción). Además, este tipo de teoría nos ofrecerá unos criterios políticos: la tiranía es un régimen en el que hay muchas leyes y pocas instituciones, mientras que la democracia es un régimen en el que hay muchas instituciones y muy pocas leyes. La opresión se produce cuando las leyes se aplican directamente a los hombres y no a las instituciones previas que dan unas garantías a los hombres.

 

Sin embargo, la institución no se explica por la tendencia aunque es cierto que la tendencia se satisface en ella. Nunca las mismas necesidades sexuales podrán explicar las múltiples formas posibles que adopta el matrimonio.

 Lo negativo no explica lo positivo, ni tampoco lo general explica lo particular. El “deseo de despertar el apetito” no explica el aperitivo porque hay otros mil modos de abrir el apetito. La brutalidad no explica en absoluto la guerra; sin embargo, encuentra en ella su medio más adecuado.

 

Aquí tenemos la paradoja de la sociedad: hablamos de instituciones, pero nos encontramos ante procesos de satisfacción no provocados ni determinados por la tendencia que se ha de satisfacer –y que tampoco pueden explicarse por las características de la especie. La tendencia se satisface por medios que no dependen de ella. Así pues, nunca puede ser satisfecha sin ser, en el mismo tiempo, constreñida, oprimida, transformada o sublimada. De manera que la neurosis es posible. Y mucho más, si la necesidad encuentra en la institución una satisfacción sólo indirecta, “oblicua”, eso no basta para decir: «la institución es útil»; falta preguntarse, además. ¿a quién le es útil?, ¿a todos los que la necesitan?, o ¿solo a algunos (una clase privilegiada)?, o ¿solamente a aquellos que garantizan el funcionamiento de la institución (la burocracia)?

 

Por tanto, el más profundo problema sociológico consiste en investigar cual es aquella otra instancia de la cual dependen directamente las formas sociales de satisfacción de las tendencias. ¿Ritos de una civilización? ¿Medios de Producción?

Sea como fuere, la utilidad humana es siempre otra cosa que una mera utilidad. La institución remite a una actividad social constitutiva de modelos, de los que no somos conscientes; esta actividad no se aplica ni por la tendencia ni por la utilidad, ya que, al contrario, es esta última que, por ser humana, la supone. En este sentido, el sacerdote, el hombre del ritual, representa siempre el inconsciente del usuario.

 

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¿Cuál es la diferencia con el instinto? En el instinto, nada supera la utilidad, a no ser la belleza. Mientras la institución podía satisfacer indirectamente la tendencia, a través del instinto lo hace directamente. No hay prohibiciones o coerciones instintivas: la repugnancia, sí, es instintiva. Esta vez, la propia tendencia provoca un comportamiento cualificado bajo la forma de un factor fisiológico interno. Y sin lugar a duda, el factor interno no explicará el hecho de que, aunque permanece idéntico, la tendencia provoque comportamientos diferentes en las distintas especies.

Pero ello implica que el instinto se encuentra en la encrucijada entre dos causalidades: los factores fisiológicos individuales y los de la propia especie (hormonas y especificidad). Por tanto, sólo hay que preguntarse en qué medida el instinto puede reducirse al mero interés del individuo: al límite, en este caso, no convendría hablar de instinto sino de reflejo, de tropismo, de hábito y de inteligencia. ¿O acaso sólo puede comprenderse el instinto en el marco de una utilidad de la especie, de un bien de la especie, de una finalidad biológica primordial? “¿Para quién es útil?”, tal es la pregunta que volvemos a encontrar en este contexto, pero con un sentido distinto. Bajo su doble aspecto, el instinto se presenta como una tendencia proyectada en un organismo que tiene reacciones específicas.

 

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El problema común al instinto y la institución es siempre el siguiente: ¿Cómo se realiza la síntesis de la tendencia y del objeto que la satisface? En efecto, el agua que bebo no se parece a los hidratos que mi organismo requiere. Cuanto más perfecto es el instinto en su propio dominio -más pertenece a la especie –, más parece constituir un potencial de síntesis original e irreductible. Pero cuanto más perfectible –y, por tanto, mas imperfecto –, más sometido está el instinto a la variación, a la indecisión; cuanto más se deja reducir únicamente al juego de los factores individuales internos y de las circunstancias externas, más espacio disponible deja a la inteligencia.

No obstante, en último término, ¿cómo podría ser inteligente este tipo de síntesis que entrega a la tendencia el objeto que la satisface, puesto que implica, por ser realizada en un tiempo no vivido por el individuo, unos ensayos previos a los cuales no podría sobrevivir?

 

 

No hay más remedio que recuperar como algo más social que individual la idea de la inteligencia porque encuentra en lo social el  medio intermediario que la posibilita. ¿Cuál es el sentido de lo social respecto a las tendencias? Integrar las circunstancias en un sistema de anticipación, y los factores internos en un sistema que regule su aparición y que pueda sustituir a la especie. De hecho, eso es el caso de la institución. Se hace de noche porque nos vamos a la cama; comemos porque es mediodía. No hay tendencias sociales, solo medios sociales de satisfacer las tendencias, unos medios originales porque creados para ser sociales. Toda institución impone a nuestro cuerpo, incluso en sus estructuras involuntarias, una serie de modelos, y da a nuestra inteligencia un saber, una posibilidad tanto de previsión como de proyecto. 

 

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Llegamos así a esta siguiente conclusión: el hombre no tiene instintos, construye instituciones. El hombre es un animal que está despojando a la especie. Así pues, se puede decir que el instinto traduce las urgencias del animal, y la institución las exigencias del hombre: la urgencia del hambre se convierte reivindicación del pan. A fin de cuentas, no se podrá entender el problema del instinto y la institución en su punto más agudo en las "sociedades" animales, sino en las relaciones entre animal y hombre, cuando las exigencias del hombre se refieren al animal integrándolo en las instituciones (totemismo y domesticación), cuando las urgencias del animal se topan con el hombre, ya sea para huir o atacarle, ya para esperar de él comida y protección.

 

"Introducción" en G. Deleuze, instintos e instituciones , París, Hachette, 1955
 
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