28.3.11

Ni Pika ni Don

Ni luz ni ruido
ver Fukushima, un enfado
Pika-Don es el nombre que los japoneses dan a las bombas de Hiroshima y Nagasaki (ver en este Blog el dossier TABÚES). Luz y Ruido. Los efectos de un accidente de central nuclear de la importancia de Chernóbil, Three Miles Island o Fukushima se diluyen en el tiempo y el espacio. El ruido informativo se va apagando lentamente solapado por las noticias del día a día. La luz del flash nos da la foto que se volverá a publicar para el cumpleaños del accidente. Ni luz ni ruido. ¿Quedará por lo menos un ruido de fondo, un eco, mientras se habla ya de reconstrucción y de efectos bursátiles? ¿Se podrá acabar con esta imagen de seguridad que quiere dar la industria nuclear? ¿Somos lo bastante conscientes del coste en sufrimientos y vidas humanas que supone la utilización de la energía fósil?

Los “nombrados voluntarios”

Ignoro si toda esta gente era realmente voluntaria… Todos han cumplido un trabajo inimaginable sin ser conscientes de ello. Sobre toda la superficie de la Tierra, unos pequeños y grandes pueblos les deben la vida. Sin su sacrificio, las consecuencias del accidente de la central de Chernóbil hubiesen sido aún peor. Peor en Ucrania o en Bielorrusa, peor también en toda Europa donde la mitad de la población hubiese sido desplazada y la mitad de su superficie no cultivable.
El que escribe estas líneas es Igor Kostin, reportero fotógrafo de la agencia de prensa Novosti, que ha seguido durante 20 años lo sucedido en la central nuclear y la zona de exclusión y la zona circundante. Con sus reportajes, ha podido testificar la valentía de los 800 000 limpiadores (liquidadores) que se han sucedido en el lugar del accidente.
En Fukushima, los técnicos de la central intentan lo mismo. Ya hay heridos,  sin hablar de todos los que, a pesar de estar irradiados, hacen lo imposible para evitar al mundo una catástrofe.  En el caso de un accidente como este, los trabajadores están, desde el principio, expuestos a una radioactividad fuera de norma que tiene unos efectos directos sobre el organismo[1].  «Estos trabajadores ¿han sido “nombrado voluntarios”?», cínico eufemismo. ¿Quiénes son? «No se ha podido conseguir ningún testimonio directo… Como en Chernóbil, son sacrificados para impedir el apocalipsis».
El día siguiente al terremoto, el escape de vapores radioactivos en la atmósfera es continuo después de la primera explosión en el reactor Nº 1. Unos diez días más tarde, la sala de mando del reactor Nº 2 está conectada y se “intenta” poner en marcha las ventilaciones que permitirán la filtración de la radiactividad Datos de IRSN France [2] que publica este video "la nube de Fukushima llega a España". 

En estas condiciones, no se trata de una catástrofe posible: la catástrofe «está aquí desde el primer día, el viernes 11 de Marzo, cuando los responsables del grupo nuclear francés Areva deciden inmediatamente la evacuación de sus asalariados alemanes que trabajaban en Fukushima».

Sabemos que hay trabajadores heridos e irradiados. En cuanto a la exposición a la radioactividad, aunque sea de intensidad débil o muy débil,  los efectos están aplazados en el tiempo. Es el caso de los trabajadores encargados del mantenimiento de los materiales a largo plazo. Se trata de canceres y de repercusión sobre la reproducción, particularmente el desarrollo del feto. En cuanto a los efectos de la contaminación radioactiva crónica –en el sitio de la central o en las zonas afectadas por el paso de la nube radioactiva –sabemos que el accidente de Chernóbil ha provocado canceres linfáticos,  patologías cardiacas en los niños en Bielorrusia… «Estas  manifestaciones se dan de forma aleatoria a cabo de 10, 20 o 30 años».   
¿Habrá en Japón un censo serio de cada una de estas manifestaciones? En Chernóbil, no se puede hacer un balance preciso de la catástrofe.

«Las consecuencias sanitarias de la contaminación y de la irradiación de intensidad débil son deliberadamente invisibles».

Y cuando no hay accidente… ¿qué?

También en el día a día de una central hay un mundo invisible desde el exterior, un velo que la industria nuclear pone mientras encendemos la bombilla…
En todos los países que tienen centrales nucleares, hay que mantener las instalaciones a lo largo del año y efectuar las revisiones…«unos trabajadores, la mayoría de las veces precarios, sufren unas condiciones de trabajo y de vida incompatibles con la dignidad humana. Mantenerlos en la invisibilidad es el medio elegido por la industria nuclear para salvaguardar la imagen de una industria sin riesgos». No sé si los mendigos de los parques de Tokio están siendo reclutados por los Yakusas al servicio de la Tepco (ver artículo de El Mundo). En Francia, según la misma referencia del Inserm, hay unos 30 000 trabajadores que intervienen en zonas radioactivas para efectuar las verificaciones, reparaciones, modificaciones… (Lo que no está al alcance de cualquier mendigo, japonés u otro). «Más enejece una central, más la contaminación radioactiva es intensa, más la intervención es arriesgada en cuanto a las dosis recibidas». Los responsables de las centrales gestionan el empleo en función de las dosis recibidas. Si el límite de radiación es de 1 mili-Sieverts por año para la población, se fija en 6 por año para un trabajador no expuesto directamente a las radiaciones y en 20 por año para un trabajador expuesto. En Fukushima, cuatro días después del accidente, las autoridades publicaron las cifras de 30 a 400 mSv por hora alrededor de los reactores.
Con respecto al  nomadismo”, algunos de estos trabajadores pasan de una central a otra sin necesidad de la intervención de la mafia japonesa. En Francia, se ha reconstituido la exposición a las radiaciones ionizantes de un trabajador de 52 años con un cáncer declarado después de 28 años de trabajo en estas condiciones. Se ha puesto en evidencia una dosis acumulada durante todos estos años 15 veces más fuerte que la autorizada para un empleado sedentario durante los 30 años de vida programada de la central.
Un trabajador así expuesto no se beneficia de un seguimiento de su salud. Nada se hace para relacionar su cáncer con su recorrido profesional en la industria nuclear. «Estos trabajadores permanecen invisibles y sus cánceres se diluyen en el conjunto de los casos de cánceres».


Así que no podemos comprender lo que quieren decir los políticos de los países dotados de centrales nucleares cuando declaran que conviene sacar la experiencia de Fukushima si, en la normalidad de sus funcionamientos, hay una cita con la muerte de año en año.

Democracia y energía

Ni las mareas negras como la del Prestige, ni la última catástrofe del Golfo de México han cambiado la carrera por el petróleo –sin hablar de las guerras que su avidez genera. ¿Acaso somos más conscientes de la disminución de sus reservas y de sus repercusiones sobre el clima? Ni la crisis financiera en 2008, ni la profunda y alargada crisis económica en Europa desde 2010 han frenado la codicia. ¿Somos más conscientes de la capacidad del sistema financiero para dañar la economía de un país, de la relación del Mercado y el Estado y, a fin de cuentas, de lo que significa pedir un crédito a un banco? A pesar de los discursos de políticos que intentan lenificar los riesgos, ¿podemos esperar que Fukushima provoque una parada saludable para la reflexión sobre los servicios públicos que son la energía, el agua, los transportes, la comunicación? Todos estos servicios llevan potencialmente un riesgo mayor para los humanos y el planeta. ¿Podemos seguir confiando en los expertos cuando están al servicio de un sistema político-económico –esta élite, este “gobierno de los mejores” –quienes, mientras Japón vive una catástrofe, están calculando el impacto de los eventuales “mega choques” de estos servicios públicos sobre la economía y particularmente sobre las compañías de seguros. Necesitamos de los expertos que guíen nuestra reflexión fuera de cualquier poder o interés empresarial o ideológico.

Esta reflexión no pertenece al político –el cual ha demostrado que no sabe prevenir ni tener una visión a largo plazo –y todavía menos a los técnicos, como lo propone el partido de la oposición en España.

Esta reflexión es Lo Político, lo cual no es la política, sino la búsqueda del bien común y la participación de todos en ella. Los servicios públicos definen el modo de vida de una sociedad. Una reflexión sobre estos servicios, y particularmente la energía, es una acción democrática. Esta reflexión, tienen que llevarla los ciudadanos, los cuales han de entender que estos servicios no están a su disposición como algo externo a sus preocupaciones y a sus deseos sino como parte integrante y condicionante de sus modos de vida.



[1] Me apoyo en el artículo, publicado en Le Monde del 22 de Marzo 2011, de  Annie Thébaud-Mony Directora de investigación y especialista en sanidad en el Inserm (Instituto nacional de la salud y de la investigación medical) en Francia. Las citas en cursiva están extraídas de este artículo.
[2 ] Información dada por el  Instituto de Radioprotección y seguridad Nuclear a Le Monde en la misma fecha