Publicamos en esta página un resumen de los capítulos dedicados a la posición e Hannah Arendt sobre la representación y la participación en:
"El debate sobre la crisis de la representación política" de Antonio J. Porras Nadales-Miguel E. Vatter-Ramón Máiz-Ramón Máiz.
El concepto de legitimación de Weber-Kelsen estaría viciado según Arendt, por su concepto de poder. Arendt define el concepto de poder (que deriva de Weber) como la capacidad «de hacer valer mi propia voluntad contra la resistencia» de otros, y en consecuencia para Weber, «la esencia del poder es la eficacia de la dominación». Lo que, según Arendt, se reduce a una mera relación de mando-obediencia, ya que el concepto formal de democracia desarrollado por Kelsen es deudor aún del "dominio del hombre sobre el hombre" que el antiguo concepto republicano de democracia había pretendido abolir como enemigo de la libertad y opresivo en cualquier caso.
Arendt define la república:
«Una forma de gobierno… dónde el imperio de la ley, que reside en el poder del pueblo, puede fijar límites al dominio del hombre sobre el hombre». En la concepción republicana de la democracia la "obediencia" a las leyes significa tan sólo «apoyo a las leyes a las que la ciudadanía ha prestado su consentimiento». El poder del Estado nace del apoyo del pueblo al gobernante «y este apoyo no es más que la continuación del consentimiento que generó la existencia originaria de las leyes… Todas las instituciones políticas son manifestaciones y materializaciones del poder; en el momento en que el poder viviente del pueblo deja de apoyarlas se petrifican y decaen». Esto significa que las leyes no aparecen como barreras diseñadas para proteger el máximum de libertad negativa de quienes las obedecen, sino que son más bien la expresión de una creencia común en el mérito de perseguir determinadas acciones codificadas como leyes.
La crítica de Arendt a la democracia formal se reduce a la idea de que en una democracia formal existe una técnica para obtener el apoyo del pueblo a las leyes pero sin la praxis necesaria para establecer un consenso sobre cuáles deben ser estas leyes, consentimiento que deberá asegurar la naturaleza no coercitiva de las leyes.
Hablando de Thomas Jefferson en "On Revolución" obra en la cual Arendt hace una lectura republicana de la revolución americana frente a la interpretación tradicional liberal : «el tenia un presagio de lo peligroso que podía ser permitir al pueblo compartir el poder público sin proporcionarle al mismo tiempo más espacio público que la urna ni más oportunidad de hacer oír su voz en público que la jornada electoral. Comprendía que podía ser un peligro mortal para la república que la Constitución otorgara todo el poder a los ciudadanos sin darles la oportunidad de ser republicanos y de actuar como ciudadanos».
¿Cuál es el concepto de poder de Arendt?
Arendt desarrolla un concepto comunicativo de poder que nace de un modelo de acción comunicativa. «El fenómeno fundamental del poder no es la instrumentalización de "otra" voluntad, sino la formación de una voluntad "común" mediante una comunicación orientada a la obtención de consenso». Lo esencial de esta voluntad común es que debe ser expresión de un consenso entre el pueblo al que se llega sin compromiso o fuerza, es decir, mediante una forma no estratégica. En este sentido, tal posibilidad contradice en sus mismos fundamentos la asunción de la formalización kelseniana de la democracia; es decir, la idea de que no se puede acceder a un auténtico "interés general" en base a un fundamento según el cual los intereses y valores particulares subsisten y permanecen, fundamento que es contrario a cualquier forma de acción comunicativa y de discurso práctico. Lo esencial de la concepción del poder de Arendt es su carácter no instrumental, con lo que se separa absolutamente de la violencia. La instrumentalización del poder y de la legitimación no puede nunca conjurar el espectro del absolutismo, precisamente porque trae consigo la despolitización de los ciudadanos. En palabras de Habermas –en su interpretación de Arendt y deudor de la tradición republicana tal como viene representada por Arendt –«mediatizando a la población a través de administraciones altamente burocratizadas, partidos y organizaciones, se suplementan y refuerzan las formas privadas de vida que constituyen la base psicológica para estimular el apoliticismo, es decir, para instaurar un dominio totalitario».
El argumento fundamental de Arendt es que la técnica democrática favorece tan sólo un concepto negativo de libertad cuyo peligro no es, como creían los marxistas, el incremento de la sociabilidad "asocial" del hombre (y la continuación de la explotación del hombre por el hombre) sino el fomento de lo que podemos denominar como sociabilidad "apolítica" del hombre, que aleja el ideal "republicano" de la libertad: no la libertad de necesidades teorizada por Marx, sino la libertad del dominio del hombre sobre el hombre, la libertad frente a la opresión y la dominación.
La democracia como forma se reduce, según Arendt, a la idea de que en una democracia formal existe una tecnica para obtener el apoyo del pueblo a las leyes pero sin la praxis necesaria para establecer un consenso sobre cuáles deben ser estas leyes, consentimiento que deberá asegurar la naturaleza no coercitiva de las leyes. Como dice, comentando el pensamiento de Thomas Jefferson: «el tenía un presagio de lo peligroso que podía se permitir al pueblo compartir el poder público sin proporcionarle al mismo tiempo más espacio público que la urna ni más oportunidad de hacer oír su voz en público que la jornada electoral. Comprendía que podía ser un peligro mortal para la república que la Constitución otorgara todo el poder a los ciudadanos sin darles la oportunidad de ser republicanos y de actuar como ciudadanos».
Legitimación y democracia participativa: Habermas
La característica crucial del concepto de legitimación de Arendt es su naturaleza no instrumental. Para la teoría de sistemas la legitimación es siempre instrumental en relación con las políticas que el Estado pretende implementar, y es además un ingrediente de la eficacia en el mando, íntimamente vinculado por lo tanto a la fuerza y la violencia. La legitimación en este caso es lo que justifica la coerción.
Para Parson: «"poder" significaría el consentimiento del gobernado que se moviliza en fines colectivos, es decir, su disposición para apoyar el liderazgo político: mientras que "fuerza" supone la disposición sobre recursos y medios de coerción, en base a los cuales un liderazgo político adopta y mantiene distintos compromisos orientados a la realización de fines colectivos».
Según Habermas, «el poder de comunicación orientada a acuerdos para producir consenso se opone a la fuerza porque un acuerdo seriamente propuesto es un fin es sí mismo y no puede ser instrumentalizado por otros fines distintos». El consenso, que es a su vez expresión de una auténtica voluntad común y origen de un derecho no activo, puede distinguirse del compromiso entre intereses particulares mediante el cual la mayoría expresa su apoyo a los mandatos de quien gobierna a través de leyes que, para ser efectivamente aplicadas, requieren siempre en última instancia la amenaza de la violencia. Los partidos y el parlamento no pueden ser las instituciones donde se genere la acción comunicativa que produce legitimación, dado que operan en términos de acción estratégica, persiguiendo más bien el éxito de los intereses y valores particulares que representan, y no el acuerdo y el consenso sobre creencias alcanzado mediante la única fuerza de los mejores argumentos. Ya que el sistema político está pensado para producir un poder, entendido como capacidad de dominación y no como "poder de una comunicación orientada a asegurar acuerdos" lo que presupone que el acuerdo es un fin en sí mismo y no un medio para alcanzar otros fines (por ejemplo el éxito en el propio interés), como sucede con los compromisos de la acción estratégica. Habermas: «el poder es un bien por el cual compiten los grupos políticos y con el cual administra los asuntos un líder político; pero en cierto sentido ambos tienen ya el poder en sus manos, no lo producen… Ese poder se fundamenta en el reconocimiento de facto de pretensiones de validez que pueden ser discursivamente reconsideradas y criticadas en sus fundamentos». Estos requisitos no pueden ser cumplimentados por un sistema político cuya auténtica razón de existir radica en la acción estratégica orientada a conquistar tal poder, más que a generarlo.
Para Arendt, el poder de las leyes y su legitimación reside en el consenso previo o en la opinión o creencia públicamente compartida. Tal poder es «un fin en sí mismo. Por supuesto esto no implica que el gobierno no persiga ciertas políticas empleando su poder en alcanzar los fines prescritos. Pero la propia estructura del poder precede y excede a todas estas metas; por lo tanto, tal poder, lejos de ser un instrumento para alcanzar un fin es actualmente su condición fundamental para permitir que un grupo de gente piense y actúe en términos de la categoría fines-medios. Y en la medida en qe el gobierno es esencialmente poder organizado e institucionalizado, la pregunta inmediata "¿Cuál es el fin del gobierno?" carece de sentido. La respuesta podrá ser: cualquier asunto necesario, como impulsar la vida en común de los hombres, una peligrosa utopía, promover la felicidad (o el bienestar), realizar una sociedad sin clases, o cualquier otro ideal no político; ideal que, si se persigue con decisión, no puede acabar más que en algún tipo de tiranía».
El poder, o el consenso obtenido mediante una acción comunicativa, será entonces algo que se debe perseguir por si mismo, y la actividad que lo promueve será en rigor una actividad política. Arendt diría que la libertad positiva o pública consiste en comprometerse en esa actividad y en cuantas acciones se requieran conforme al consenso alcanzado. En cualquier otra forma de actuación, mandar o ser mandado, perseguir un bienestar propio o común mediante el trabajo, etc…el hombre es considerado como un medio y no como un fin, por lo que su actividad no es esencialmente libre. Si tales actuaciones se convierten además en el "fin" del gobierno y de su poder, entonces tal gobierno será, si no completamente tiránico, algo menos que democrático. Con ello Arendt propone una crítica radical no ya de la democracia como pura forma, sino también del Estado social o welfare state, entendido como el tipo de Estado que encuentra su fin o su objetivo fuera de sí mismo, satisfaciendo necesidades y atenuando las contradicciones surgidas en la sociedad civil y sus sistemas no políticos.
- Más allá del republicanismo de Arendt
El republicanismo de Arendt plantea unos problemas fundamentales en relación con su concepto fuerte de "lo político": en nombre de la acción comunicativa, el racionalismo de Habermas apoya su idea de que el consenso, que debe estar en la base de la norma, debe ser, en principio, universalizable, más allá incluso de las fronteras de la comunidad jurídica donde debe surtir efectos. Para Habermas existe una relación entre esta posibilidad y la necesidad de ir más allá de la división republicana de Arendt entre lo político y lo social: espera demostrar que sólo los interese generalizables pueden conseguir un consenso racionalmente fundado, siendo éstos los intereses que el estado debería expresar en sus políticas, ya sean de carácter político o social. El punto clave para Habermas es la forma en que su deliberación democrática participativa y procesualista debe servir al mismo tiempo a los intereses de la moralidad (justicia) y de la racionalidad, que eran descuidados en el estado liberal por su creencia en los poderes autorreguladores de la sociedad. En las sociedades complejas es necesario distinguir entre la actividad comunicativa de decidir hacia donde va el estado, y la actividad estratégica e instrumental de decidir quién debe dirigirlo y cómo conseguir esos objetivos.
¿En qué estructuras institucionales y en qué medida el poder comunicativo puede «no sólo controlar a posteriori el ejercicio del poder político sino programarlo adecuadamente en cierta medida»?
La respuesta sólo puede hallarse tras haber desarrollado el marco institucional del proceso comunicativo que «fluye a través de los órganos parlamentarios y las redes informales de la esfera pública» en particular de los interfaces o canales de comunicación entre el sistema político y la sociedad civil. Sólo a través de esta vía podrá el poder comunicativo «ganar intensidad para consolidarse frente a los otros mecanismos de integración social: el poder del dinero y el de la administración».
A la inversa, si la integración de la democracia participativa y deliberativa en el sistema de la democracia representativa no se puede articular más convincentemente, entonces no puede esperarse del futuro de la democracia mucho más que la solución pluralista propuesta por Bobbio, y sus componentes oligárquicos inherentes:
«El defecto de la democracia representativa, en comparación con la democracia directa –defecto que consiste en la tendencia a la formación de esas pequeñas oligarquías que son los comités de los partidos –sólo puede ser corregido por la existencia de una pluralidad de oligarquías en competencia entre sí. Y tanto mejor si estas pequeñas oligarquías –a través de una democratización de la sociedad civil, mediante la conquista de los centros de poder de la sociedad civil por parte de individuos cada vez más y mejor participantes –se hacen cada día menos oligárquicas y el poder no sólo es distribuido, sino también controlado».