La dama del lago 1947
Director: Robert Montgomery
Guión: Steve
Fisher / Raymond Chandler (“The lady in
the lake”)
Música: David Snell
Fotografía: Paul Vogel
Montaje: Gene Ruggiero
Producción: George Haight
MGM
Actores:
Robert Montgomery es Phillip Marlowe |
Audrey Totter es Adrienne Fromsett |
Lloyd Nolan es el policía Garmot |
Tom Tully es el comisario Fergus K. Kane |
En tela de fondo: Noche Buena (“la muerte se ha ido de vacaciones” dice un
personaje que ha decidido pasárselo bien). La acompaña la música de la banda
sonora: empalagosa cuando se nos enseña las coronas de flores colgadas en las
puertas de las casas, se puede volver terrorífica durante una persecución en
coche,. El comisario es un Papa Noel para
su hijita y su mujer que no paran de llamarle al teléfono: ¡a ver cuando vuelve
al hogar y se olvida de su profesión esta noche! El periodista tumbado encima
de una mesa, a la una de la madrugada, también habla con su novia al teléfono
para organizar una salida e ir a bailar cuando acabe de informarse sobre esta
historia de asesinato de un gigoló en la ducha…
Muchas direcciones y números de teléfono se
intercambian durante esta investigación de Philip Marlowe… que Aundrey Totter (la extraña señorita
Fromsett) ha invitado a la oficina de la editorial del señor Kingsby sin avisar
a éste. Fromsett es la asistente de Kingsby y quiere contratar a Marlowe. ¿No
sería más divertido para Marlowe seguir a la bonita Lila Leeds, la recepcionista en vez de meterse en unos líos por
unos cientos de dólares?
“Quiero
ser tu chica” le dice Adrienne Fromsett; pero Marlowe no se puede fiar de nadie
y menos de ella, cuando le hace el juego de la mujer sola… “Feliz navidad,
Marlowe”…
Le ha contratado por 300
dólares para encontrar a la mujer de Kingsby, Cristal, que ha desaparecido con
un gigoló, Chris Lavery. Aparentemente Fromsett quiere comprometer a Cristal y
tener vía libre para conquistar a su jefe. Aunque sus maneras son muy
sospechosas, el detective tiene dificultades para resistir a sus encantos. “Si no
descubro la verdad, nunca estaré seguro de ti” dice Marlowe a Fromsett que
no quiere dejarlo meterse en más líos ¿no estaría engañando de nuevo a Marlowe?
“Tengo miedo pero es maravilloso” dice el valiente detective. Pero Kingsby le
pagará 5 000 dólares para proteger a su
mujer que, por fin, ha reaparecido, con dos muertos en su camino: el gigoló y
esta mujer, en el lago…
Y ahora Marlowe tiene que tragarse el cuento de
Cristal Kingsby, ¿la actriz? Ellay Mort
(pronunciado en francés, podemos traducirlo por “ella ha muerto”). ¿O será
Mildred? ¿Quién está en el fondo del lago? “Soy
una buena chica que se ha metido en líos” confiesa esta mujer a Marlowe. “¡Claro, me gustaría jugar a las muñecas con
usted!”, le contesta Marlowe. Pero ¿qué viene hacer el actor Lloyd Nolan en este caos?, ¿qué quiere
este policía que Marlowe se cruza siempre en el camino de sus investigaciones, al
principio pagado por Fromsett, y después por Kingsby?
Cámara subjetiva pero poca sugestiva, con cortas interrupciones en las que vemos al
sujeto, Philip Marlowe (¿Philip o, como en esta película, Phillip?), estático
detrás de una mesa o reflejado por un espejo, ¡qué importa desde el momento que
se trata de Raymond Chandler y de su
famoso detective! Chandler, encargado del guión con Steve Fisher, ha reunido unos cuantos detalles de novelas suyas: Bay City Blues, Lady in the lake, No crime
in the montains, publicados entre 1937 y 1941.
Ahora, después de ver lo que ha hecho Robert Montgomery, no está muy
satisfecho; nosotros tampoco. Escribe Chandler a un amigo que esta técnica de
cámara subjetiva “es un viejo truco de Hollywood, Todos los jóvenes guionistas
y realizadores lo han probado… He conocido a uno que quería que la cámara fuera
el asesino; eso no podía funcionar… ¡la cámara es demasiado honrada!”. Si
quieres realizar por las imágenes en movimiento lo que hay escrito en un relato
en la primera persona, miras a Delmer Daves con Dark Passage o, mejor, a
Hitchcock con The wrong man: la cámara subjetiva, “sujeto con voz en off o
hablando a otros personajes”, identifica mucho mejor el espectador al sujeto
cuando alterna con la cámara objetiva. Esa última es la que da consistencia al
protagonista: vemos lo que él ve, pero lo vemos también las expresiones de la
cara en sus estados emocionales, los movimientos del cuerpo en sus acciones y
reacciones.
Chandler es una
referencia en materia de novela negra y el personaje del detective creado con
Philip Marlowe representa al perfecto caballero, a veces cínico, pero con una
ética impecable. Ver una investigación, además bastante confusa como le gusta
al escritor, desde el punto de vista del investigador no aporta nada a la trama
y menos al ritmo. Si el efecto “cámara subjetiva” sorprende al principio y
divierte por momentos, pronto se vuelve muy pesado. Los actores mirando
continuamente a la cámara sobreactúan en la medida que sus papeles no
interpelan al espectador.
Es el caso principalmente de Audrey Totter que es el personaje que
pasa más tiempo mirándonos mientras se va transformando: de la asistente de
Kingsby que pone en marcha una intriga compleja y extraña, a la femme fatal que
parece estar enamorada del jefe mientras intenta seducir a Marlowe, para pasar
a ser inesperadamente la dulce y enamorada salvadora del detective. Difícil de
comprender cuando la actriz ofrece pocos cambios en la expresión de su mirada
hipnótica. Sólo Lloyd Nolan y
algunos otros secundarios consiguen dar una buena interpretación de unos
papeles que sorprenden cuando nos amenazan con pistolas o nos dan unos
puñetazos.
Sin embargo, la trama no corresponde nunca a una
colusión entre actores y espectadores, esta “imagen colusiva” que encontramos
en Woody Allen o Tarantino (ver Blog + más
de memento) o, mucho antes, en Dark Passage, la escena en el
quirófano en la que el cirujano y el chofer miran a Bogart y se ríen en
complicidad con el espectador, o Bergman y el espectador mirón en este
inolvidable Verano con Mónika… Un
disparo a la lente de la cámara, o sea a Marlowe, hubiese permitido reanimar al
espectador.
La apuesta de Montgomery
nos hace olvidar a Montgomery actor –el cual, de todas maneras, es lo
suficientemente flojo como para olvidarlo – y más bien echar de menos a Dick
Powell (Murder, my sweet-Edward Dmytryk) o Humphrey Bogart (The
Big Sleep-Howard Hawks) que le han abierto la puerta de la leyenda
cinematográfica, consolidada más tarde por Mitchum o Elliot Gould.
Blogs
de memento