Los partidos de la “derecha” –profunda sin ser necesariamente
extrema – tienen fácilmente (y a veces con mucho gusto) una tendencia al
anti-intelectualismo para valorar el “sentido común” del “buen pueblo”. Se
alimentan de prejuicios pero ¿no podrían ser los partidos que más reflexionan
sobre el peso de las palabras? Por qué si no para poder difundir unas ideas o
imágenes estereotipadas, un prêt-à-porter de lo más simplista y de lo menos propicio a una actividad crítica
del pensamiento.
Les complace más el
monólogo que el debate. Nos proponen siempre el mismo molde: el relato nacional
que mitifica: ¡el mito, sí, el pensar en el otro como singularidad en devenir, no, por
favor! Sitúan al otro como individuo que pertenece al círculo estrecho de las
tradiciones heredadas, de los lazos de sangre y parentesco (Ver Roland Barthes-Mitologías). Creer en la autoridad establecida es la
verdadera traducción de su expresión del “sentido común”, la negación tajante
de la investigación histórica y del espíritu crítico.
Sus medios de
comunicación evidentemente no abren espacio ninguno para una posible lectura de
tal impostura. El público que sigue sus informativos
no recibe unos flujos cruzados de ideas concretas y claras; la puesta en forma de los mensajes de estos
partidos autoproclamados “políticos” consiste en frases consumibles; ya que se
dirigen a los consumidores de papeletas para urnas funestas, pero indigestas
para el espíritu libre.
Su éxito electoral
está asociado al fracaso de la Política y de la Semántica. El recrudecimiento del
alcance de sus temas machacados en las épocas que les son favorables
(seguridad, vigilancia, autoritarismo…) empuja en la misma dirección a sus más
directos adversarios acostumbrados a la alternancia. El discurso se normaliza,
el copiar-pegar de los clichés sobre el “crecimiento” y las “reformas (laborales
u otras), las “identidades” y los “migrantes”… se efectúa con estilos distintos
pero con la misma sustancia simplista y endeble.
La ideología
dominante se tuerce con facilidad de
acuerdo con las necesidades del mando de turno y con la misma delgada línea argumental,
puntuada por el leitmotiv de su propio “sentido
común”. Su sentido común es «esta
reacción selectiva de la mente que reduce el mundo ideal a unos mecanismos de
réplica… tal un apéndice físico glorioso, un órgano particular de percepción,
curioso órgano que, para ver claro, tiene, ante todo, que cegarse, negarse a
sobrepasar las apariencias, y decretar
que todo lo que quiere sustituir la explicación a la réplica es una “nada”. Este órgano cierra todas las salidas posibles
de la dialéctica, define un mundo homogéneo en el que unos se sienten en casa,
al cubierto de las escapatorias de los sueños» (Roland Barthes-Mitologías).
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