8.12.15

Sentido común

Los partidos de  la “derecha” –profunda sin ser necesariamente extrema – tienen fácilmente (y a veces con mucho gusto) una tendencia al anti-intelectualismo para valorar el “sentido común” del “buen pueblo”. Se alimentan de prejuicios pero ¿no podrían ser los partidos que más reflexionan sobre el peso de las palabras? Por qué si no para poder difundir unas ideas o imágenes estereotipadas,  un prêt-à-porter de lo más simplista  y de lo menos propicio a una actividad crítica del pensamiento.

Les complace más el monólogo que el debate. Nos proponen siempre el mismo molde: el relato nacional que mitifica: ¡el mito, sí, el pensar en el  otro como singularidad en devenir, no, por favor! Sitúan al otro como individuo que pertenece al círculo estrecho de las tradiciones heredadas, de los lazos de sangre y parentesco (Ver Roland Barthes-Mitologías). Creer en la autoridad establecida es la verdadera traducción de su expresión del “sentido común”, la negación tajante de la investigación histórica y del espíritu crítico.
Sus medios de comunicación evidentemente no abren espacio ninguno para una posible lectura de tal impostura. El público que sigue sus informativos no recibe unos flujos cruzados de ideas concretas y claras; la puesta en forma de los mensajes de estos partidos autoproclamados “políticos” consiste en frases consumibles; ya que se dirigen a los consumidores de papeletas para urnas funestas, pero indigestas para el espíritu libre.

Su éxito electoral está asociado al fracaso de la Política y de la Semántica. El recrudecimiento del alcance de sus temas  machacados  en las épocas que les son favorables (seguridad, vigilancia, autoritarismo…) empuja en la misma dirección a sus más directos adversarios acostumbrados a la alternancia. El discurso se normaliza, el copiar-pegar de los clichés sobre el “crecimiento” y las “reformas (laborales u otras), las “identidades” y los “migrantes”… se efectúa con estilos distintos pero con la misma sustancia simplista y endeble.

La ideología dominante  se tuerce con facilidad de acuerdo con las necesidades del mando de turno y con la misma delgada línea argumental, puntuada por el leitmotiv de su  propio “sentido común”. Su sentido común es «esta reacción selectiva de la mente que reduce el mundo ideal a unos mecanismos de réplica… tal un apéndice físico glorioso, un órgano particular de percepción, curioso órgano que, para ver claro, tiene, ante todo, que cegarse, negarse a sobrepasar las apariencias,  y decretar que todo lo que quiere sustituir la explicación a la réplica es una “nada”.  Este órgano cierra todas las salidas posibles de la dialéctica, define un mundo homogéneo en el que unos se sienten en casa, al cubierto de las escapatorias de los sueños» (Roland Barthes-Mitologías).


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